Mística (09 Marzo 2020)
Te busco.
Te busco siempre.
Miro en los huecos negros del pavor
y en las ciénagas frías de los bosques.
Me asomo a los vacíos insondables
donde hasta el eco me quita la paz,
para ver si la búsqueda me lleva
a algún leve detalle de tu rostro.
Te llamo.
Te llamo siempre.
Tiendo a llamarte con un apellido,
aunque sé de tus múltiples lenguajes
y de la infinitud de condiciones
por las que los humanos te definen,
mas, me aferro a ese nombre que aprendí
en los tiernos albores de mi casa.
Te siento.
Te siento siempre,
aunque esta razón clara que me embarga
el corazón, a veces se rebele.
Soy expuesta a la ciencia y su cinismo
en una larga lista de certezas
que tal vez no lo son. Cambios de hierro
me dejan en mitad de la ceguera.
Te encuentro.
Te encuentro siempre,
aunque el desierto se empeñe en cargarme
con todas las ausencias, en la nada,
sobre espinadas alfombras de orgullo,
mientras la arena te niega impasible:
Te presentas detrás de alguna curva,
das constancia de ti, y me sorprendes
con pequeños asuntos misteriosos
que no entran al discurso del cerebro.
Estás ahí.
Ahí estás siempre.
Es un rastro tejido en la esperanza,
sentada en el columpio del reloj.