
LOTERÍA MILAGROSA UN CUENTO DE NAVIDAD
Esta pequeña y muy curiosa historia está basada en hechos reales. Fue hace unos 20 o 25 años, no lo sé decir con certeza, cuando en un programa de televisión presentaron una entrevista a un alto cargo representante de Loterías y Apuestas del Estado. Esta persona estuvo comentando anécdotas relacionadas con el sorteo de Navidad del 22 de diciembre, y entre ellas, hubo una que me llegó al corazón y que se me ha quedado grabada para siempre en las entretelas de la emoción y el sentimiento.
Esta persona importante en la institución de Loterías comentaba que todos los años recibían montones de cartas de todos los puntos del país e incluso del extranjero, algunas de ellas increíblemente peregrinas en su contenido.
Entre las susodichas misivas, le llamó poderosamente la atención una carta que habían enviado unas monjitas de un pueblo perdido de Huesca, creo recordar, en la que las monjas exponían su precaria situación, al borde de la miseria total, con sus humildes instalaciones a punto del derrumbe, y sus alacenas en el más absoluto vacío.
Se encontraban a cargo de unos 15 ancianos dependientes, pobres, y dolorosamente solos en el mundo, a quienes no iban a poder seguir cuidando, porque el convento se les caía a cachos. Las monjas ya no tenían nada que vender y no disponían del dinero necesario para comprar los ingredientes precisos para sus dulces, su único medio de vida.
Les era imposible poder continuar con su labor de cuidadoras, ni siquiera podían subsistir ellas mismas. Se habían gastado lo poco que les quedaba en cinco décimos de lotería de Navidad, y su petición en la carta no era otra que suplicar a los encargados del sorteo que les concedieran algún premio para poder salir de la indigencia total en la que caerían sus viejecitos sin remedio alguno. Con los décimos en cuestión, se habían encomendado a un Niño Jesús, talla del siglo XVII, que custodiaban celosamente en el convento.
El funcionario de alto rango que había recibido la carta, se sintió muy conmovido, pero era consciente de que nada se podía hacer, pues el sorteo está fuertemente controlado y vigilado, y se lleva a cabo en público. Sólo el azar decide quién será agraciado con el capricho de la fortuna.
Un par de semanas después del sorteo, el alto funcionario del organismo de Loterías volvió a recibir una carta de las monjitas. En ella, agradecían hasta el infinito la ayuda que se les había prestado, pues les había tocado el segundo premio, y con cinco décimos, la cantidad bastaba para solucionar durante mucho tiempo la situación del convento y los ancianos. El funcionario se quedó de piedra al enterarse de la maravillosa noticia, en la que por supuesto, no había tenido nada que ver.
En ese momento, con el corazón anegado por una extraña sensación de fe que no conocía y que nunca antes había experimentado, respondió a las hermanas diciendo que ni él ni su organización habían influido para nada en los designios de los bombos, y que si tenían que agradecérselo a alguien, ese sería sin duda alguna, su precioso Niño Jesús.