PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE: EL OCIO (26 Abril 2021)

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE. EL OCIO (25 Abril 2021)

                En esta convulsa situación en la que nos encontramos, a causa sobre todo de los estragos que el virus Covid-19 está produciendo en nuestro modelo de sociedad, he escuchado a algunas personas decir que sería necesario orientar nuestra base económica hacia otros derroteros que no se alimenten exclusivamente de los viajes y el turismo. Es cierto, y refulge por su obviedad, que la economía debe estar diversificada, y que su andamiaje fundamental no está a salvo de las sacudidas financieras si no dispersa sus raíces por diferentes campos económicos. Pero, ¿eso significa que debemos desechar por completo la riqueza que puede representar el sector turístico? A mi humilde modo de ver, desde luego, no tiene por qué ser así.

 Para empezar, podemos incidir en el hecho de que cada país, o grupo étnico, o cultura, si queremos llamarlo de ese modo, utiliza sus recursos disponibles para su supervivencia, y en ese sentido, el sitio en el que nos ha tocado nacer y vivir, España, posee afortunadamente una veta inmensa de “bienes” apetecibles para los turistas, como el sol y el clima benigno, los  museos, los monumentos y demás lugares valiosos y emblemáticos, que siguen estando ahí, por muy manido o tópico que resulte el nombrarlos.

 Sin embargo, yo quisiera ir más allá, y no quedarme en la superficie del asunto. Desde esa perspectiva, lo que verdaderamente me mueve a defender el entramado del intercambio cultural que conlleva la actividad turística es la convicción de que el ocio es precisamente la gran conquista del hombre en la era actual, y por ello, todo lo que suponga esfuerzo para protegerlo rueda a favor del desarrollo mismo de los humanos a través de la historia.

 Si nos fijamos, la humanidad no ha cambiado demasiado en el transcurso del tiempo, excepto en el hecho de que el ocio se ha ido extendiendo a todos los estratos de la sociedad cada vez más, caminando en conjunto con los períodos extensos de paz, lo cual parece querer decir que es justamente esa posibilidad de disfrutar del tiempo con una libertad inusitada lo que distingue la era contemporánea de otros momentos del pasado, sobre todo porque en la actualidad el regocijo ocioso no queda limitado por los muros insalvables de las clases sociales, sino que muy por el contrario, el éxito de la clase media lo ha difundido como un elemento más de la cotidianidad. Desde la abolición de la esclavitud y los horarios de trabajo inmorales, hasta el magnífico logro de la semana laboral reducida a 35 o 40 horas, con sus correspondientes períodos de descanso, y días de fiesta, la evolución humana parece estar ligada a la consecución del ocio, la recompensa implícita en esos momentos que son para nuestro propio disfrute sin más objetivo que sentirnos a gusto y libres, haciendo aquello que nos apetece sin tener que dar cuentas a nadie.

 Los animales en su entorno natural no saben lo que es el ocio. Sus vidas están marcadas por los horarios que programa el instinto de acuerdo con sus necesidades de supervivencia, tanto para los individuos como la especie. Las cebras no se pueden permitir dormitar alegremente junto al lago, despertando con dulce sosiego para retozar entre los pastos a su libre albedrío, con el éxtasis del hermoso paisaje en su mirada y el paso tranquilo de quien se reconoce en su hora de descanso. Han de permanecer siempre alerta por si asoma de repente alguno de sus depredadores, que tampoco gozan de horarios de trabajo establecidos de forma exacta por una ley escrita. Sólo atienden a las normas que dicta la Naturaleza, en función de pautas biológicas que no pueden alterar ni modificar. Los animales salvajes no realizan sus actividades vitales para buscar un rato de descanso y disfrute de manera consciente, y ni siquiera pueden llegar a “saber” lo que significa dicho concepto. Sólo las mascotas, cuya evolución se ha desarrollado tras la sombra del ser humano, llegan a experimentar la despreocupación del ocio, pues sus vidas dependen de las nuestras y adquieren los mismos hábitos y rutinas. Sus horas libres no son parte de su herencia genética, sino más bien la consecuente extensión de las costumbres de sus dueños.

 Sólo el hombre tiende al ocio, porque este último está íntimamente ligado a la libertad y la autoconsciencia del individuo. En cierto modo, la consecución de un tiempo ocioso ha constituido la meta de cada descubrimiento, especialmente desde que estallara la Revolución Industrial, pues si nos paramos a pensarlo, ¿de qué nos sirve la producción en masa y la fabricación en cadena de todo tipo de elementos, si no es para ahorrar tiempo y trabajo físico? ¿Qué finalidad pueden tener las máquinas y los inventos que disminuyen ostensiblemente la necesidad de esfuerzo corporal, ofreciendo en cambio una indiscutible eficacia en la elaboración final de productos, que no sea el contar con un valioso tiempo de sobra para los trabajadores? La búsqueda de nuevos dispositivos y aparatos tiene quizás como meta última el logro de artículos cada vez más sofisticados que nos ayuden en la vida diaria para ahorrar molestias y estirar el tiempo a fin de obtener más y más minutos limpios de obligaciones.

 Toda esta simple reflexión me lleva a pensar que el ocio forma ya parte de las necesidades humanas, y por esa razón, cualquier planificación que podamos trazar para el sistema económico debe pasar por contar con él y el enriquecimiento y aprendizaje a nivel personal y anímico que pueden surgir del aprovechamiento del mismo. Es decir, la valoración de esta área tan importante de la libertad se fundamenta en la potenciación de aquellas actividades que sean capaces de rellenar grata y positivamente el tiempo de ocio.

 ¡Ojalá podamos volver a los viajes y el turismo sin limitaciones!