
SALTOS
Hay tantos recuerdos, tantos,
que bailan como los niños,
saltando por la cabeza,
como duendes infinitos,
sacando imágenes sueltas,
huecos en el laberinto
del arcón de terciopelo
de la vida, un revoltijo
de sentimientos y luces,
flores de pan del destino.
Aquí, la llamada al alba
que de pronto recibimos
desde un remoto planeta
en aquel cuarto sucinto,
donde el amanecer moro
nos envolvió en amarillo
eco de súbito encuentro,
en alta voz, de improviso,
sobre la cama de fuego
de aquel viaje atrevido.
Allá, el perfume de lluvia,
de hierba y árboles limpios,
con pájaros mañaneros
de un verano casi extinto,
y el aire mojado y fresco
que nos halló bien dormidos,
sobre la piel de una manta
en un refugio sencillo,
con un septiembre aún nuevo
en el campo humedecido.
En otro rincón, silencios
recortados por los grillos
y el ajetreo del agua
entre un paisaje de olivos;
o la osadía del zorro
arañando huesos tibios
en la soledad inmensa
del monte aislado y esquivo,
o el mar enojado y grande,
gritándole a su enemigo
el viento, loco gigante,
en un fatal desafío,
para jugar con los hombres
en la cresta de un rugido.
Allá, por el otro extremo,
de pronto surge un racimo
de risas innumerables
en incontables caminos,
o en múltiples tardes suaves,
solos los dos, en el limbo
del tiempo, sin más cordura
que la fuente del delirio,
con el amor en la frente,
y la pasión en un guiño.
O aquella luz mortecina
en el cementerio antiguo
donde las brujas cantaban
entre viejas fotos, lirios,
y margaritas ajadas
en los misteriosos nichos,
mientras nosotros, absortos,
viajábamos a otros siglos,
con los ojos entornados
y el aliento recogido.
Hay tantos recuerdos, tantos,
que ni la miel de los libros,
con su gramática blanca
y su léxico exquisito,
ni siquiera el diccionario,
en mar de vocablos rico,
con sus páginas al viento,
podrían darles vestido
de palabras para el mundo.
Tan sólo en los repetidos
saltos de azar de la mente
se vuelven de pronto vivos,
para estrenarse en el fondo
del corazón, en su sitio.