¡Pobre Castillo Viejo! (Agosto 2017)

 

 

 

 

Castillo viejo Trasmoz 1¡POBRE CASTILLO VIEJO!   (Agosto 2017)

¡Ay, pobre castillo viejo,

con sus almenas vencidas,

grietas sangrando, calladas,

cuajadas de flores vivas,

los escalones gastados,

mirando siempre hacia arriba,

al cielo encendido y vasto

que fue su corona altiva!

Fortaleza desahuciada

donde las aves habitan,

silueta que el tiempo agosta

con sus manos mortecinas,

para robarle el aliento

a las piedras aún erguidas,

y así empujarlas cruelmente

al abismo de las ruinas.

Tú, pobre castillo viejo,

te suturas las heridas

con los árboles del páramo

y un soplo de fuerza antigua,

para apuntalar los restos

de la torre casi extinta,

y recoger, como un libro,

aquella historia perdida,

que te duele allá en el foso,

y en la erosión de las tibias

cadenas que fueron puente,

y ahora, al viento se oxidan.

En el tapiz de la tarde,

el castillo viejo grita,

dibujando penas solas

con silencios de ceniza.

 

 

 

 

SALTOS (Agosto 2017)

 

Torre Monasterio Veruela

 

SALTOS

Hay tantos recuerdos, tantos,

que bailan como los niños,

saltando por la cabeza,

como duendes infinitos,

sacando imágenes sueltas,

huecos en el laberinto

del arcón de terciopelo

de la vida, un revoltijo

de sentimientos y luces,

flores de pan del destino.

Aquí, la llamada al alba

que de pronto recibimos

desde un remoto planeta

en aquel cuarto sucinto,

donde el amanecer moro

nos envolvió en amarillo

eco de súbito encuentro,

en alta voz, de improviso,

sobre la cama de fuego

de aquel viaje atrevido.

Allá, el perfume de lluvia,

de hierba y árboles limpios,

con pájaros mañaneros

de un verano casi extinto,

y el aire mojado y fresco

que nos halló bien dormidos,

sobre la piel de una manta

en un refugio sencillo,

con un septiembre aún nuevo

en el campo humedecido.

En otro rincón, silencios

recortados por los grillos

y el ajetreo del agua

entre un paisaje de olivos;

o la osadía del zorro

arañando huesos tibios

en la soledad inmensa

del monte aislado y esquivo,

o el mar enojado y grande,

gritándole a su enemigo

el viento, loco gigante,

en un fatal desafío,

para jugar con los hombres

en la cresta de un rugido.

Allá, por el otro extremo,

de pronto surge un racimo

de risas innumerables

en incontables caminos,

o en múltiples tardes suaves,

solos los dos, en el limbo

del tiempo, sin más cordura

que la fuente del delirio,

con el amor en la frente,

y la pasión en un guiño.

O aquella luz mortecina

en el cementerio antiguo

donde las brujas cantaban

entre viejas fotos, lirios,

y margaritas ajadas

en los misteriosos nichos,

mientras nosotros, absortos,

viajábamos a otros siglos,

con los ojos entornados

y el aliento recogido.

 

 

Hay tantos recuerdos, tantos,

que ni la miel de los libros,

con su gramática blanca

y su léxico exquisito,

ni siquiera el diccionario,

en mar de vocablos rico,

con sus páginas al viento,

podrían darles vestido

de palabras para el mundo.

Tan sólo en los repetidos

saltos de azar de la mente

se vuelven de pronto vivos,

para estrenarse en el fondo

del corazón, en su sitio.

 

 

 

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE XXII (Carne y Espíritu) Agosto 2017

RADIOGRAFÍA 2

 

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE XXII (Carne y Espíritu. Agosto 2017)

Desde siempre hemos hablado de la dualidad del ser humano, de su mezclada constitución de carne y espíritu, e independientemente de cualquier valoración moral o religiosa, aparte de la interpretación metafísica, es obvio que la complejidad conductual del hombre conlleva una estructura doble que da lugar a un individuo capaz de modificar y modular el medioambiente en el que se encuentra como forma de adaptación al mismo, siendo a la vez parte de él, especialmente a través de la composición química y de las imposiciones biológicas.

También se podría considerar que, sin necesidad de intervenciones esotéricas ni nomenclaturas divinas, y aun teniendo en cuenta esa posibilidad, la esencia humana posee dos vertientes, una carnal y otra emocional, que al mismo tiempo se engloban en una unidad indivisible, la cual sigue en ambos componentes las mismas leyes, a mi modo de ver. Y es ahí donde entra mi pequeña y simple reflexión, pues a lo largo del tiempo, en la extensa experiencia que me concede la edad, he llegado a la conclusión de que idénticas pautas se aplican en las dos sustancias, la del cuerpo y la del alma, sobre todo en lo que respecta a la curación de las heridas, bien físicas o bien emocionales.

El proceso de sanación, en los dos casos, se somete a pasos parecidos, y al igual que la rotura de un hueso, por ejemplo, puede sanar si se atiende con el cuidado oportuno y el tiempo necesario, también los golpes del sentimiento se pueden superar. Pero, igualmente, en ambas situaciones el resultado final nunca es idéntico al que teníamos antes del accidente (bien corporal o anímico), y siempre permanecen unas secuelas que de vez en cuando hacen asomar el dolor desde algún rincón perdido, ya que el cambio estructural se ha producido en las dos circunstancias que confluyen en la persona. Además, la dificultad en la curación y las consecuencias permanentes que pueden quedar, se acentúan con la edad, pues tanto en el cuerpo como en el alma, las fracturas se vuelven más profundas y la actuación de los anticuerpos, la creación de células nuevas, y otros mecanismos de defensa y autoprotección, se tornan más lentos y menos eficaces a medida que avanzan los años. Pero, ¡cuidado!, de ninguna manera estoy negando la posibilidad de curación, arrebatando con ello la esperanza de los humanos respecto al logro de la superación de los obstáculos, sean de la índole que sean. Solamente incido en aquellos aspectos que atañen a la sanación perfecta, aquella que nos deja exactamente igual que estábamos antes de la herida. Esa sanación no existe. Siempre van a permanecer una serie de cambios que nos van a convertir en individuos distintos a los que éramos.

Así, ese tobillo que se nos dobló sin querer, esa postura que nos dañaba la espalda, o ese fracaso amoroso que superamos hace tiempo, nos vuelven a doler en los días nublados, o en alguna mañana radiante, cuando menos lo esperamos.

 

 

ME DICEN (Agosto 2017)

 

 

Cuadro bME DICEN  (Agosto 2017)

 

Me dicen que busque perlas,

que me sumerja en cristal,

donde a veces, tras la espuma,

en la profunda humedad,

brillan luciérnagas blancas,

de algas, arena, y sal.

Pero yo he gastado el fondo

del agua en la que buscar,

y he escondido caracolas

donde se resguarda el mar,

más de las que en una vida

o acaso una eternidad,

los números de los hombres

pudiesen, ciertos, contar.

 

Me dicen que allá adelante

está el camino, aún inquieto,

que conserve la mirada

en las lindes del sendero,

para trazar un destino

de pasos y nombres nuevos.

Pero yo he abrazado el alba

con el perfume del cielo,

y el aroma consumido

con el corazón abierto,

agotó su irrepetible

fórmula de luna y viento,

y ningún planeta turbio

vencerá al sol del recuerdo.

 

Las ideas son tan fuertes

que en el universo negro

sacuden chispas de sangre

y raspaduras de fuego.

 

Y finas redes de estrellas

pulen las líneas del sueño.