¡QUÉ DIFÍCIL! (Canción) Marzo 2016

¡QUÉ DIFÍCIL!  (Canción para ser cantada. Marzo 2016)

 

¡Qué difícil se hace conjugar

la vida cuando todo muere atrás!

¡Qué difícil borrar el final

cuando no hay tiempo ya para empezar!

 

¡Qué difícil tragar de una vez

las mil sentencias del atardecer,

y esconder la sombra de cristal

que dibujó en el mar la soledad!

 

¡Qué difícil se hace llevar

la tristeza al hombro!

 

¡Qué difícil tener que guardar

los besos bajo el polvo de la cal,

y olvidarse de que la pasión

acecha oculta por algún rincón!

 

¡Qué difícil contar con la piel

los años que nos quedan por vencer,

recorrer caminos de papel

con la mirada escrita desde ayer!

 

¡Qué difícil se hace enjugar

la luna en los ojos!

 

(Repetir estrofa 1 y los dos estribillos)

SIEMPRE CONMIGO (Marzo 2016)

SIEMPRE CONMIGO   (Marzo 2016)

 

Esta amargura de acero

que consume mis segundos,

me acompañará algún día

en mi viaje más último.

 

Será sábana en mis noches,

y el pan de mi desayuno,

será mi ropa diaria,

y el agua con que me ducho.

 

Será el zumbido constante

que va en cuclillas y oculto,

agarrándose a mis sienes

sin descansar un minuto.

 

Será el mal sabor aciago

con que me despierto, el sucio

trazo de espejo que empaña

lo que queda del futuro.

 

No tengo fe en que amainen

las brasas de este tumulto,

ni espero que mi horizonte

se me revele desnudo,

ni que una esperanza joven

enluzca los sueños turbios:

Sé que en los años que vienen,

que por no ser, ni son muchos,

este amargor enconado

y yo, siempre iremos juntos.

 

 

 

 

 

 

 

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (V) Los años brujos

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (V) Marzo 2016.

Los Años Brujos o la Magia de la Invisibilidad

Dicen aquellos que buscan una excusa templada para el arañazo del desánimo, que la edad nos proporciona un imperturbable halo de valiosa experiencia, y que los años son la escalera por la que alcanzamos un excelso grado de sabiduría, cuya ganancia resulta tan incalculable, que esta riqueza se nos disemina por toda la amplitud del espíritu y con ello, nos regala un sello de admiración universalmente aceptado;  igualmente dicen que ese soplo de brillantez impulsa nuestra imagen hacia el mundo, donde recaba la aprobación eterna de los que aún se encuentran en los peldaños bajos del aprendizaje. Pero, sintiéndolo en lo más profundo y carnoso de mi alma, no puedo estar de acuerdo con semejante afirmación, pues si bien es cierto que el equipaje de vivencias que portamos los que hemos sobrepasado ciertos números en nuestro almanaque particular,  contiene una carga indudablemente preciosa, no lo es menos que, en lo que respecta al escrutinio diario de los ojos que nos rodean, tales muestras de tesoros escondidos quedan en el fondo de las simas ignotas, y prácticamente, no hay miradas que sopesen estos valores en la balanza de sus propias reacciones físicas, sino una explícita y total ignorancia, o ceguera si se quiere, pues el cambio de término no altera en lo más mínimo el efecto final que se produce en esos sujetos, que sencillamente, no nos ven.

Por lo que yo he podido observar  en mis últimas dos décadas de vida, la edad es un extraño acto de brujería, en el que los años se tornan en unas translúcidas  capas que nos confieren una certera dosis de invisibilidad, de manera que a cada salto del reloj, a cada traslación completa, le corresponde un nivel más de ese turbio hechizo que nos va borrando de los campos visuales ajenos, como en una descabellada suma gelatinosa. Y así, capa tras capa, si entramos en las tiendas, los bares, los centros comerciales,… e incluso entre un reducido número de clientes compitiendo por la atención, tendremos que hacer verdaderos malabares para que por algún inquieto rabillo del ojo, atisben siquiera un pequeño átomo de nuestra presencia. Y si nos centramos en otro tipo de intereses, como la atracción desde y hacia nuestros congéneres, no ya sólo como fuentes de sexualidad, sino también en el súbito destello que lleva a una simple mirada de reconocimiento, y a través de esto mismo a la sonrisa o al saludo, podemos declarar, con perfecta convicción, que la invisibilidad es tan patente, tan obvia y dolorosa, que  a veces puede parecer, por el conjuro de esa triste magia,  que ni los espejos nos devuelven nuestra imagen. Somos entes anónimos que van perdiendo los rasgos,  la silueta, y hasta las líneas de la sombra, como bajo una suerte de embrujo insano que el destino  nos va lanzando en su persistente empeño de nublarnos los límites del ser, con la arrogancia de una incontenible  tormenta de arena. Esta invisibilidad es todavía más acentuada en el caso de las mujeres, a quienes, por lo general, se nos mide fundamentalmente por la apariencia externa y la juventud. Una hermosa joven de paso firme y cuerpo esbelto, ante quien, por esto mismo, se rinden las respiraciones de los que la observan, provista además de un semblante ideal que asimismo ofrezca  al aire unos ojos como centellas despiertas, no necesitará hacer ruido para llevarse en un instante todos los arcoíris que puedan caber entre las pestañas que pueblan las calles. Una mujer de 60, hundida por la flaccidez de la piel, pero con todas sus maletas repletas de lucidez a cuestas, y el rebosante muestrario de sus pensamientos latiendo como el núcleo de la Tierra, atravesará las paredes como un espectro inmerso en su misterio de mágica invisibilidad, y nadie se dará cuenta.

En algún sitio he leído que hace poco un osado grupo de jubilados perpetró uno de los atracos más espectaculares de la historia, llegando a apoderarse de un botín de más de 18 millones de euros en joyas y diamantes, multiplicando por cinco el valor del famoso atraco al tren de Glasgow. Parece ser que llevaban meses preparando el golpe, a plena luz del día, mostrando sus rostros sin el más mínimo rastro de pudor, dejando su presencia a la vista sin precauciones, pero nadie se percató de sus constantes paseos y vigilancias, nadie se fijó en que alteraban cables y cerraduras. Simplemente nadie los vio. Todos mayores de 60 años. ¡Invisibles!

KILÓMETROS (Marzo 2016)

KILÓMETROS   (Marzo 2016)

 

Las horas se derraman por el suelo,

como el agua traviesa de una fuente.

Se me hacen grandes, hondas oquedades,

torbellinos de niebla sin sustancia.

 

Me pongo a caminar, sin un destino,

como los tiovivos de la feria,

gastando suela en recorridos torpes,

en kilómetros vanos, en silencio,

para guardarme el sol en la cartera,

y secar la humedad de las paredes

con el grueso calor del mediodía,

o el plantel colorido de las tardes.

 

Voy con mis pensamientos conversando,

llego hasta el mar, los árboles, los perros,

arena, flores libres, viento, voces,

risas de niños, ojos que no esperan,

manos que trazan nombres en la brisa…

Yo paso cerca, como un cuadro ajeno,

y broto de la nada hacia la nada,

los dejo atrás en mi camino absurdo,

con el rumbo vacío y sin palabras.

 

Siguen mis pies su ansia testaruda

hacia el rumor del pueblo, blanca sombra,

y voy adelantando los perfiles

que se esfuman de prisa en sus siluetas

de visiones fugaces, y me sumo

a ese crisol antiguo de las calles,

donde recojo restos de oraciones,

y pinceles dispersos por la acera,

señales que te miran, puertas, copas,

escaparates ávidos de luz,

bolsos con sus mensajes de sorpresa,

gente de dos en dos, de tres en tres,

que no saben nada de soledades,

en los bares sin fin del ajetreo

que la ciudad alberga en sus entrañas.

 

Podría haber llegado al otro extremo,

podría haber cruzado este planeta

con todo este arsenal de pasos solos,

con los labios a cuestas, tan cerrados,

con una única sombra a mis espaldas,

repetidos kilómetros en vano.

 

 

 

 

 

 

TE HE ECHADO DE MENOS, TE ECHO DE MENOS (Marzo 2016)

TE HE ECHADO DE MENOS, TE ECHO DE MENOS (Marzo 2016)

 

He mirado un álbum

con tu alma dentro,

rebosando días

de colores tersos,

cuando en las colinas

de pasos intensos,

asomaban luces

en claros senderos,

con ramas brillantes

y la tez al viento.

Y ahí en ese instante,

te he echado de menos.

 

Azules que gritan

al verano inmenso

coronan las horas

de un arroyo suelto,

y nuestras sonrisas,

cristales de fuego,

centellean alegres

por el fondo espeso,

con un resplandor

pegado en el centro.

Y ahí en ese instante,

te he echado de menos.

 

He tocado un árbol

en el papel quieto,

allí están guardados,

en el campo eterno,

el roce encendido

de los amplios besos,

y el amor salvaje

de los vivos cuerpos,

sin más atadura

ni más aderezo

que la piel temblando

en el aire fresco.

Y ahí en ese instante,

te he echado de menos.

 

 

Cuando el sol me dice

que llegó el momento

de abrir las ventanas

hacia el día nuevo,

no quiero mirarlo,

no quiero saberlo,

de nada me sirve

que me apunte el cielo

una marca más

en mi reloj viejo.

Nada hay por delante

más que nombres secos,

me sobran las horas

llenas de silencio:

Mi voz salta a veces

al aire perfecto,

y sólo recibe

el golpe del eco.

La noche se cae

por su manto negro,

carga su vacío

con carne de sueño,

y deja mis ojos

gravemente abiertos,

palpando el espacio

como un bosque enfermo.

No puedo  negarlo:

Te echo de menos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (IV) (Artículos)

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (IV) Marzo 2016

La importancia de los artículos

 

Es curioso, o si se quiere ver así,  incluso hermosamente insólito, que una palabra tan menuda como un simple artículo pueda en ocasiones representar las dimensiones de ciertos universos concretos, como en el caso excepcionalmente arrebatador que se nos presenta en la película “Room”.

Esta pequeña reflexión viene al caso a raíz del impacto, a la vez asombroso e inquietante, que allá en el fondo de mi agitado espíritu ha provocado el visionado profundo de esta sobrecogedora película, “Room”, que han traducido, un tanto erróneamente en mi opinión, como “La Habitación”. Desde el humilde punto de vista de una estudiosa del idioma inglés, como yo, que disfruto de observarlo como una célula esquiva al microscopio, la traducción más exacta, la que hubiese dibujado el paisaje interior de uno de los personajes centrales, el niño, debería haber prescindido del artículo, para ser más fiel, primero al título original, y segundo, al limitado diccionario de realidades que el niño conoce. En suma, debería haberse traducido como “Habitación”, sin artículo y con mayúsculas.

¿Por qué? No voy a desmenuzar en estas líneas el complejo y absorbente argumento de la película;  no me gusta actuar de “spoiler”, (literalmente “el que estropea” la historia, al contarla de antemano), no es en absoluto mi intención, sino que simplemente aspiro a escudriñar ciertos elementos, muy bien esbozados por cierto, de carácter lingüístico, que a mi entender reflejan con minuciosa precisión la visión distorsionada de un ser, un niño, que lleva toda su corta vida en un entorno de cuatro paredes concisas, cerradas, como lindes de una galaxia de definición exacta, donde todo es tan único, que los contados objetos que aparecen en su controlado mundo no necesitan diferenciarse de otros objetos semejantes, ya que no existe mundo exterior, ni siquiera paralelo, que pueda llevar a confusión alguna al nombrar las pocas cosas presentes. Y es ese el motivo por el que el chico no usa artículos para referirse a dichos objetos, a los que, como compañeros con entidad única, denomina con nombre propio: Puerta, Armario, Lavabo, Habitación… Sólo diré, a modo de sinopsis sencilla y sucinta, que en este film se nos enfrenta con la tremenda historia de una madre y su hijo, que viven encerrados en un minúsculo habitáculo. El hijo nunca ha salido de Habitación.

Es una película que recomiendo desde distintos enfoques: El del entretenimiento, a secas, que nos pilla siempre agazapados cuando se despliega el pellizco de la intriga; el del placer de sumergirse en la resolución de una injusticia; el de adentrarse en las reacciones de la psique humana; y también, el de la maestría admirable en el planteamiento del lenguaje con el que los personajes envuelven su experiencia, extraña, compleja, y de difícil aunque no imposible superación.

A favor de esta historia, he de recalcar que logró arrancarme durante dos horas de los enrevesados caminos que cruzan mi mente, para permitirme en ese rato observar desde muy cerca la complicada vivencia allí contada, y con ello librarme de los monstruos que se empeñan en llamarme en un desquiciado vaivén con la insistencia de un péndulo. “Room” me dio dos horas de libertad. Ya tiene que ser buena.

 

 

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (III)

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (III)  Marzo 2016

 

Las diferentes soledades

 

Nuestro maravilloso idioma castellano posee una palabra cuyo significado último depende del complejo panorama en que se encuentre envuelta. Me refiero al término “Soledad”, que recoge en sus adentros una multiplicidad de valores curiosamente antitéticos, e igualmente,  por esto mismo, asume una sorprendente gama cromática, cuyo antagonismo emocional requiere de un despliegue de aclaraciones por parte del hablante, para así dejar al interlocutor con la absoluta obviedad del significado preciso empleado en esa situación.

No ocurre lo mismo en la lengua inglesa, donde cuentan con dos palabras distintas para definir sin margen de duda a qué tipo de soledad estamos aludiendo: De una lado, la lengua de Shakespeare recurre a la palabra “Loneliness” para retratar la soledad del alma que pierde la compañía, el estado del interior humano que se ha quedado sin su soporte sentimental, gravitando solo en el universo, como un planeta recóndito que nadie visita. Esa “Loneliness” supone una condición dolorosa que el destino impone, como un dardo certero, en el centro de las entrañas, y por esa razón, dicha “Loneliness” no es plato de buen gusto para aquellas personas que tienen la desgracia de encontrase en semejante circunstancia. Nadie puede desear vivir en “Loneliness”, e infortunadamente, nadie puede llegar a amar, ni siquiera a acercarse a una tímida amistad con la mencionada “Loneliness”.

De otro lado, en cambio, el idioma inglés nos ofrece otro término, “Solitude”, que si bien se puede traducir también por “soledad”, no enuncia en absoluto las marcas hirientes del aislamiento forzoso con el que la vida nos puede castigar, a saber por qué, sino que por el contrario, la “Solitude” es un estado de soledad soñada, elegida; describe la búsqueda consciente y voluntaria de un paraje remoto, bien en el espacio visible o en los pasadizos cabalísticos de nuestro propio ser, donde encontrarnos con nosotros mismos por puro deseo de mirarnos el alma sin respuestas ajenas, e incluso, desde allí, observar el mundo como desde una atalaya, con un cierto toque de sabiduría, o al menos, con la amplitud de miras que nos regala la experiencia.

Una amiga muy querida me dijo el otro día, con toda la buena intención de un consejo cariñoso: “Debes aprender a amar la soledad, tienes que convertirte en su amiga…”. Supongo que hacía alusión a la “Solitude”, para la que por supuesto estoy y he estado siempre dispuesta. Mi encuentro con esa “Solitude” siempre ha sido hermoso y prolífico, y como prueba, aquí están estas pequeñas y simplísimas reflexiones que con ella comparto. Pero, sin embargo, sé que por más empeño que quisiera proponerme, ni con la más firme de las voluntades, podría ser amiga de esa odiosa y pesada “Loneliness” que desde su sinuoso sendero,  la vida me ha disparado a bocajarro. No me gusta, no la amo, ni llegaré jamás a amarla, y lucharé contra ella mientras mi corazón guerrero siga en pie.

 

 

NO VOLVERÉ A ESCUCHAR MÁS CANCIONES DE AMOR

NO VOLVERÉ A ESCUCHAR MÁS CANCIONES DE AMOR   (Marzo 2016)

(Canción para ser cantada)

 

No volveré a escuchar

más canciones de amor:

Oírlas me recuerda

todo lo que he perdido,

la complicidad tenue

de las tardes al sol,

y el tacto de la espuma

callada en un suspiro.

No volveré a escucharlas,

me envuelven en dolor;

son espinas que gritan

dentro del corazón.

No volveré a escuchar

más canciones de amor,

a menos que las cubran

las hojas del olvido.

 

(Instrumental para guitarras, acordeón, flauta, y percusión)

 

No volveré a escuchar

más canciones de amor:

Me hacen sentir que el tiempo

es un cuenco vacío;

me dicen que la vida

rodando se escapó,

que al final me he quedado

sin encontrar mi sitio.

No volveré a escuchar

más canciones de amor.

Me empujan hacia un llanto

de escalofrío oscuro,

me cuentan que en el cielo

el día se apagó,

y que sólo me espera

despedirme del mundo.

IMÁGENES, LOCURA (Marzo 2016)

IMÁGENES, LOCURA (Marzo 2016)

 

A veces te veo

aquí en mi cabeza,

sin querer te invento

en un beso amargo:

te miro con ella

cruzando las calles,

igual que anteayer

andabas conmigo.

 

Mi mente se vuelve

un monstruo huidizo,

que escapa de mi alma,

fuera de mi alcance,

y exhala delirios

como hielo abrupto,

sin que mi razón

pueda contenerla

en su ciego empeño

de esculpir historias.

 

La imaginación

clava despiadada

sus dientes de fuego

en mi piel vencida,

y no queda un resto

de cordura a salvo

de la astuta imagen

que se cuela adentro

con grave sigilo,

buscando arrasar

con tóxicos cuadros

la pared sellada

de todo el recuerdo.

 

Veo oscuros cuerpos

robándome años,

imitando ritmos

de agrio esperpento

que una vez bailé,

e intento tachar

moviendo las manos

e hincando las uñas,

esa turbulencia

de imagen podrida

que emana cuchillos,

para así cerrar

párpados de aire

y no ver sus formas,

con la angustia a chorros

y  gritos tapados

soltando en mis sueños

ríos de dolor.

 

No quiero ver nada.

Quiero atar mi mente

con hilos metálicos,

no quiero dejarla

volar al infierno,

no quiero ventanas

donde ver sus risas,

ni sus besos fáciles

y hondos en las noches.

No quiero mirar

con el alma rota

sus brazos trenzados

bajo el sol atento.

Quiero que se sequen

todas las pinturas,

que mi mente cierre

sus ojos de agua,

que llegue la limpia

puerta del olvido,

para no ver nunca,

loca, esos fantasmas.

 

 

 

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (II)

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (II)

La playa en La Puntilla (Marzo 2016)

 

La playa se extiende en su tranquilo ajetreo de incipiente primavera. La envuelve una atmósfera de luz casi insultante en este Marzo con aires de verano prematuro, encarnado en una indescifrable ausencia de oleaje, que deja al mar suspendido en un instante luminoso, como una fotografía, quieto sin más, con el tiempo varado en esa plenitud sólida y clara. Pero a mí me parece tan perfecto como triste, y la incomprensible mesura del agua inmóvil, con su marco acompasado de colores tranquilos y de clima sin mancha, me embarga en los claroscuros amargos de mis pensamientos perdidos en sus laberintos tortuosos.

La vegetación, aun sin seguir una geometría calculada, se empeña en discurrir, como una amalgama de senderos confiados, por las descaradas dunas, arrullando en su interior a la huidiza fauna de la playa, que de vez en cuando, amaga una brizna de brillo entre los cactus y los arbustos desperezados ante tanta luz. Y sin embargo a mí, la pintoresca escena me hace mirar la sombra sola que me viene persiguiendo, para llevar mi mente por otros derroteros más hostiles.

Bajo la exultante serenidad, de contundencia redonda, que exhibe el sol del mediodía,  me vuelvo hacia el mar y el mar me pregunta: ¿Qué temes?  Yo, ni me atrevo a susurrar que ahora, con las crestas azules del olvido casi despuntando, presiento que tal vez en el enredo del alba, puede ser peor el remedio que la enfermedad; a la larga, puede doler mucho más el peso pegajoso del vacío. Y entonces, me asoma a los labios un lejano rumor de palabras, unos versos de Antonio Machado, que se aferran como un eco sostenido, a la extraña comunión entre el paisaje y mi disuelto espíritu:

 

“En el corazón tenía

la espina de una pasión;

logré arrancármela un día:

ya no siento el corazón.”