«EL AIRE FRESQUITO» (Junio 2017)

Cuando era niña, el reconfortante viento de las noches estivales, simplemente se llamaba “El Aire Fresquito”.

PARA REFRESCARSE A

 

“EL AIRE FRESQUITO”

 

En las noches de Poniente,

los ramajes de la sangre

sienten que están satisfechos

con la intimidad del aire.

El hondo cofre que guarda

toda la infancia, se abre

por la caricia de plata

de frescas estrellas grandes,

que limpian el polvo antiguo

de un ramillete de imágenes

de aquellos años sencillos,

cuando el calor era el arte

de sobrevivir al día

con mangueras en la calle,

saltando arcos de agua,

para después agarrarse

al armisticio nocturno

con su humedad refrescante.

Esas noches repetían

el viento dulce y amable

en el cine de verano,

veladas, juegos, muy tarde…

Los jazmines resonaban

ecos de aroma en la carne,

y yo, tan niña, dormía,

con el mundo por delante.

Parece que las trastadas

del tiempo hacen su alarde

de poder sobre las sombras,

y las altas noches arden,

cada vez más al calor

déspota y ruin del Levante.

 

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (JUNIO 2017) Reflexiones de una docente recién jubilada

CLASE ERASMUS A

 

REFLEXIONES DE UNA DOCENTE RECIÉN JUBILADA

Llegué a la enseñanza por casualidad, como muchos otros, me consta, pues mi primera opción para la vida profesional siempre fue la Medicina, por lo que en principio escogí el camino de las Ciencias, el que siempre me fascinó y me sigue fascinando. Sin embargo, tal vez de forma inconsciente, ya desde muy temprano me había picado el gusanillo de las aulas, y colocaba a los escasos muñecos que la débil economía familiar me permitía poseer en una suerte de toscas filas, a modo de clase, con el objetivo de someterlos a etéreos problemas que debían resolver, o llevarlos a la ortografía de dictados imaginarios.

Después, por curiosas circunstancias de índole sentimental, que tanto han marcado mi vida, decidí estudiar Filología, en concreto Filología Hispánica, para difundir el Español por Estados Unidos. Y de nuevo por asuntos del corazón, el sueño americano quedó en borroso recuerdo, y acabé la carrera por el otro extremo del idioma, es decir, por la Sección Anglo-Germánica.

Al terminar los estudios, mi idea de la enseñanza se acercaba más a los paseos que los antiguos filósofos griegos compartían con sus brillantes alumnos, que a la terrenal realidad de la adolescencia, esa edad tan a menudo sumida en la desgana, o presionada hacia los libros por la imposición familiar más que por el sublime deseo de aprender. Por este motivo, a causa del panorama ideal con el que la Universidad me había impregnado la fantasía, me chocó tanto que el nivel de cultura e interés que yo pretendía inculcar a través del entusiasmo exacerbado de mi juventud, no tuviera nada que ver con los objetivos del alumnado, que consistía mayormente en aprobar las asignaturas a corto plazo y con el menor esfuerzo posible, todo ello a pesar de que entonces la diferencia de edad entre profesora y alumnos era mínima.

Aun así, el pellizco que la transmisión de conocimientos y visiones del mundo nos produce a los que nos dedicamos a la enseñanza, me hizo buscar recovecos y atajos, saltos y formas nuevas, es decir, un método personal con el que llegar a despertar, al menos en un porcentaje suficiente de alumnos, el gusto por el aprendizaje.

Esa ha sido mi labor durante 37 años, esa continua búsqueda, con más o menos acierto, con más o menos esperanza, de una puerta mágica que fuese capaz de abrir los afanes, intereses o anhelos dormidos al fondo de cada estudiante.

Y ahora que la alarma del despertador me da un poco igual, ahora que los días están trazados por las compras, las sartenes, la nieta, los lavados, y a veces alguna que otra escapada en forma de viaje, me siento un poco rara, con la extrañeza y a la vez el placer de quien piensa: «¡Anda, ahora vienen los exámenes finales!», mientras veo cómodamente en mi sofá una película de culto, a las dos de la mañana, ahora, disfruto de la certeza, además, de que no tengo por qué echar de menos a los compañeros que dejé entre papeles, porque siempre puedo ir a verlos por motivos de regocijo y no de obligación. Y por si eso fuera poco, cuento con la inestimable aprobación de una gran cantidad de antiguos alumnos, de muy diferentes edades y generaciones, que siempre me saludan con cariño y apreciados recuerdos.

¿Qué más puedo pedir?