LA ÚNICA FAROLA

LA ÚNICA FAROLA (23 Febrero 2025)

 En la perturbadora oscuridad de la noche, la tormenta libraba su salvaje batalla contra el asfalto desgastado de la calle, dejando a su paso, tras el impávido rugido de los truenos y el denso tejido de la lluvia, una legión de charcos redondos y burbujeantes por todo el pavimento.

 La electricidad descargada en la vorágine del chubasco había apagado de repente todas las farolas del entorno, quedando como única fuente de luz los chispazos intermitentes de los relámpagos.

 De pronto, una de las farolas comenzó a parpadear inquieta, como quien sale de un estado de inconsciencia temporal, o como quien abre los ojos tras la anestesia de una complicada operación. Y por fin, tras el ligero titubeo, se volvió a encender sin más preámbulos.

 Una chica que, empapada por la inclemencia del aguacero, intentaba seguir su camino a casa, pudo notar, a pesar de la inmensa tiniebla y la implacable cortina de agua, la aparición de aquella tímida pero firme luz de la única farola que alumbraba en toda la calle, como un sencillo faro en posición de resistencia. Sin pensarlo fue hacia ella, igual que las polillas acuden al resplandor de las lámparas en las noches de verano. Y bajo la luz amarillenta y cálida de la farola, le pareció ver, en un lado de la acera, un extraño bulto, algo parecido a un cesto cubierto por bolsas de basura abiertas por la mitad, a modo de improvisados impermeables caseros. Observó una especie de tenue movimiento, por lo que se decidió a levantar las bolsas mojadas. Con la mayor cautela, y con los nervios afilados y tensos, tratando de contener el temblor de los dedos, palpó entre el revoltijo textil que formaban una manta y un chal de lana. La sensación de tocar algo vivo la sumió en el desconcierto, y al mirar más de cerca, con toda la prudencia de la que pudo hacer acopio, se encontró con lo que menos se podía esperar en una noche tormentosa como aquella: la tierna figura de un bebé. Era un hermoso niño de tan solo una o dos semanas de vida, que se agitaba suavemente, en un intento por hacerse notar y llamar la atención sobre su peligrosa y precaria circunstancia, y aunque se podía percibir el, por el momento, buen estado de salud de la criatura, estaba claro que precisaba ayuda urgente e inmediata.

 La muchacha se desprendió de los plásticos mojados, y recogió al niño con cuidado extremo, abrumada por el miedo, la sorpresa, y la falta de seguridad en sus propias acciones, pues era una chica joven, sin demasiado conocimiento sobre bebés. Aún así, lo abrazó contra su pecho, y más por instinto que por experiencia, lo sostuvo bien arropado con lo que halló seco dentro del cesto. Corrió hacia su portal a toda la velocidad que daban sus piernas, y una vez allí, ya desde dentro, bajo techo, en el seco ambiente de la entrada al bloque, por fin llamó a emergencias.

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