
EL AUTOBÚS DE LAS 7:15 (Marzo 2025)
La tenue luz que aún se despereza en la calle húmeda de relente no basta para poder apagar los potentes faros del autobús, que siguen alumbrando la tibieza del amanecer, mientras el vehículo serpentea con energía en la joven mañana a través de su ruta, cruzando la ciudad que empieza a marcar el volumen de sus ruidos cotidianos, descorriendo cortinas, alzando barajas, vistiendo escaparates, o simplemente levantándose al albur del desayuno.
Los viajeros, todavía con cara de haberse peleado con el despertador, cubren sus tímidos bostezos, en un intento por enfrentarse al día con la fuerza suficiente para sacarlo adelante. Entre ellos, en la mitad del vehículo, se encuentra la joven Lucía, estudiante de 1º de Filología Hispánica, con sus recién estrenados 19 años, que, apretando los apuntes y los libros contra su regazo, lanza miradas furtivas al muchacho sentado justo al otro lado de su asiento. Ella sabe que se llama Pablo, y también ha averiguado que estudia 3er curso de Filología Románica, porque su madre es francesa, y ese hecho le ha impulsado a estudiar el mundo francófono. A través de unas amigas, a las que ha puesto a investigar para ayudarla en el desaforado empeño de su amor platónico, también sabe que no tiene novia…
Pablo, a pesar de ir enfrascado en el esquema de ese trabajo que debería haber terminado para su clase de 1ª hora con Don Abundio, a quien todos apodan “el Hueso”, no puede evitar que sus ojos permanezcan fijos sin querer en el hermoso rostro de la chica que va sentada en la zona delantera del autobús. La única información que tiene sobre ella es su nombre, Adela, porque un día alguien la saludó llamándola así, y él se quedó con el cante. También sabe que se baja después que él, aunque ignora en qué parada. Si no fuera por el miedo que le tiene a don Abundio, seguiría montado hasta ver dónde se apea Adela. Pero hoy no puede ser, pues se la puede jugar con “el Hueso”. Tendrá que darle un buen pretexto a don Abundio para justificar la tarea inconclusa.
Allá adelante, Adela se agita un poco nerviosa porque va con el tiempo justo al hospital donde trabaja como enfermera. Ha tenido que quedarse con su abuela, y le han surgido algunos percances, como cambiarla y lavarla hasta dos veces. Con todo ello, se ha visto obligada a correr sin más remedio. Desde luego, no le gusta salir de casa así, con esas prisas de buena mañana, pues le da la sensación de que el tiempo ya va acelerado incluso antes de dar el pistoletazo de salida. Eso es muy agotador. Sus pensamientos viajan al norte, a Noruega, desde donde ha recibido una tentadora oferta de trabajo, con alojamiento gratis garantizado, un sueldo 4 veces mayor que el de aquí, y un horario de ensueño, sin carga excesiva de guardias. Y lo más importante, allí le aseguran el reconocimiento respetuoso y agradecido que se merece su labor en el duro mundo sanitario. Pero, claro, está el asunto de su querida abuela…¿Cómo va a marcharse y dejarla sola?
Sentado en el asiento que salta intempestivamente sobre una de las ruedas traseras, está Carlos, un alegre muchacho de planta agradable y ademanes educados, que trabaja como comercial en unos grandes almacenes. Antes, sus ambiciones no iban más allá de ese sueldo mediocre que le permite costear sus salidas y sus diversiones, mientras continúa viviendo en casa de sus padres. Pero últimamente, eso ha cambiado. Desde que toma este autobús, se ha quedado prendado de esa dulce chica que siempre parece abrazar sus libros, y que suele sentarse en la parte media del autobús. Le encanta su aire de ensoñación y de ingenua intelectualidad. Sabe que se llama Lucía, porque lo vio escrito en una hoja de sus apuntes que una vez se le cayó al suelo, y que por supuesto, él se apresuró a recoger solícitamente, aunque ella no le hizo el menor caso. No entiende qué hay en el brillo de sus ojos, pero de repente, ha empezado a sentirse espoleado por la urgencia de prosperar, de avanzar, de crecer. Quiere volver a estudiar, compaginar sus estudios con el trabajo, sacar lo mejor de sí, para poder, algún día, presentarse ante ella, y decirle: “¡Hola! Me llamo Carlos. Todos los días vamos en el mismo autobús, el de las 7:15…”