
EL AIRE Y LA PETENERA
Un quejío, un desgarro, una mirada.
La voz
trotando en la garganta y en las venas.
El corazón en llamas, sin cerrojos,
la pena negra con su hiel acerba
calentando la atmósfera del sueño
en las oscuras sílabas del cante:
la petenera.
Su condición de altiva marejada
brama arañando sin piedad las cuerdas,
y arranca de su sitio el arcoíris
con un amargo grito de aspereza,
donde los siglos siguen su corriente
de voces apretadas y cadenas.
Es el amor, el odio, la venganza,
el teatro de flores que revelan
los remolinos, cómplices del agua,
la música espinosa que se queja
escarbando dolores escondidos
para pintar el aire. Petenera.
Y sale el aire
como un bosque tupido del mil sendas,
rasgado desde el fondo por el llanto
que intensamente llama a las estrellas.
Es la voz el empeño de los dioses
y un torrente de luz es su presencia.