
REVUELO DE SOL Y TOROS EN PATERNA DE RIVERA
El sol quedó columpiado
sonriendo por las macetas
que cuelgan en los balcones
de las calles de Paterna.
Quiere asomarse tranquilo
a mirar las azoteas,
en el silencio que corre
por esquinas y plazuelas.
Saluda con brillo airoso
los ojos de gente buena
que acuna, al rumor del campo,
su orgullo de estirpe honesta.
Es su intención conquistar
con su alto poder de estrella
la bonhomía sencilla
que abunda por esta tierra.
Juega con dedos dorados
a que se lleva la fuerza
y el trapío de la lidia
en una estampa torera.
Los toros, en un revuelo,
giran a la luz sus testas
y rinden su culto al sol
con magnífica soberbia.
Los toros bravos persiguen
a ese círculo que quema,
dios que prodiga caricias
en el pueblo y la dehesa.
Continúa el sol paseando
por las calles de Paterna.
Camina con paso alegre
y con gallarda firmeza,
para iluminar ferviente
a la Virgen de la Inhiesta.
Ansía el ardor que guarda
el cante por peteneras,
y la gloria del flamenco
que el Perro le dio a Paterna.
Su hambre cuaja en el cielo,
y el sol se va a las tabernas
a hartarse de tagarninas,
de venado en la cazuela,
de alcauciles con jamón,
de caracoles y berza,
y copas del mejor vino
que reposa en las bodegas.
Anda tan contento el sol
con las viandas de la mesa,
que comparte con la gente
el ritual de la siesta.
Casi al borde del ocaso
su alma de tarde lo lleva
al regocijo de niños
que ríen en son de fiesta.
Y el astro, muy satisfecho,
rumia su hora y bosteza,
para dejar que la luna
perfile su blanca esfera,
y tornee tirabuzones
en forja de plata añeja
por los rincones dormidos
y en el dintel de las puertas.
Aunque el rey del firmamento
dice adiós y ya se acuesta,
mañana seguro vuelve
por plazas y callejuelas:
sueña en resaltar el blanco
de las casas de Paterna.


