AQUELLAS FLORES DE MAYO (Mayo 2024)
Siempre visito el pasado a través del jazmín. La estela embriagadora que esta planta disemina mimosamente cuando la calidez empieza a estrenarse, me conduce a un viaje de saltos en el tiempo, con un delicioso traqueteo de recuerdos de aquí y allá. Me lleva a los cines de verano. Y me lleva a aquellos paseos de mi mayo joven, cuando el futuro era una leve cortina por descorrer ante la novedad del mundo. El hipnótico aroma del jazmín se esparcía a la vez que mis pasos desde la maraña salvaje de mi pelo, porque entonces, solía adornarlo con un tupido ramito de jazmines en mi sien izquierda, que trasminaba las calles con su exquisito olor.
Yo le compraba la laboriosa “moña”, que así se llamaba el adorno, a una anciana de unos 84 u 85 años, quizás más, que las engarzaba, con el cuidado experto de la edad, en un complejo entramado de horquillas, para luego venderlas, expuestas con orgullo en una enorme canasta, mientras ella permanecía sentada en una sillita de enea, de edad parecida a la suya.
Su clientela estaba compuesta mayoritariamente por señoras de avanzada edad, como ella, viejecitas vestidas de negro que mostraban en cada arruga las intensas vivencias de su pasado: la guerra, el hambre, la pérdida del marido, tal vez de algún hijo… Lucían los jazmines en sus blancos rodetes, para darle estabilidad a la trabajosa concreción de su moño, a la vez que regalaban el aire perfumado, e incluso, según decían, espantaban a los mosquitos, razón por la cual, ponían la moña de jazmines en un vasito con sumo esmero, cuando de noche la retiraban de sus peinados.
Seguramente, yo sería de las pocas jóvenes que le compraba el pequeño artilugio floral para adornar mi pelo suelto. Quizás fuera la única, y me encantaba la idea de destacar con este toque especial que nadie más llevaba, porque además de anegar el ambiente con el delicioso perfume del jazmín, recogía y conservaba con placer una costumbre tan antigua como hermosa.
Hace un par de años, celebramos el aniversario de mi promoción en la Facultad de Filología. Allí me encontré con numerosos compañeros y compañeras que no veía desde hacía muchos años. Al rememorar en nuestras conversaciones las experiencias de aquellos días, algunos de mis compañeros se acordaban de mí por el penetrante olor a jazmín de mis adornos florales en el pelo.