Aquellos días eran de ventanas
de par en par, hacia cualquier destino:
trastornaron las piedras de las sendas
para pensar de pronto en los gorriones.
Y tú estabas allí, como los otros,
en el momento en que se abrió el verano,
mas tú sí te asomabas a los grillos
y a veces escuchabas mis pisadas.
Hablaste cómo y cuánto era preciso
cuando el agua arañaba los cimientos
de un segundo estancado en su ceguera.
Y en un momento atado a cualquier parte
quizás mi voz se desentierre un día
de entre esas hojas que acunan recuerdos.
Febrero 1998