PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE XII (Redescubriendo mi balcón) Agosto 2016.
He reencontrado las estrellas desde el enclave fundido de la cama, como no lo había podido disfrutar desde hacía muchos años. Las veo, las vuelvo a ver, y su suave rutilar me ayuda a pasar por un tamiz el puñado de duermevelas diseminados aquí y allá, aunque sin rastro del miedo precipitado a la acuciante aurora que suele arrastrar consigo el insomnio. He vuelto a recoger el fresco de la brillante oscuridad estival a través de la pura mirada de la ventana, desde ese cuadrado mágico que perfila el cielo, desplegado con la libertad de las puertas abiertas de par en par a la noche.
He descubierto de nuevo la imponente majestuosidad de los árboles al fondo de las altas tardes en el sosiego refrescante de la terraza. Soy animal de balcón, de mi balcón, atento siempre a la ciudad extendida allá abajo, con su hermoso desfile de monumentos erguidos por toda la galería del horizonte.
Siento un orgullo arrebatador e intenso que se refleja en los límites de las paredes, cuya trayectoria simple, humilde y de encendida intimidad, multiplica mi sensación de dominio en la sabrosa pequeñez de mi territorio, tan decisivo y sellado que me transporta a vivencias antiguas, de allá lejos, de mi madre, de mi abuela, narradas por el curso de la sangre, experiencias ajenas pero mías, que me enseñan con rotundidad, mediante su historia de carencias, no directas, pero sí contadas a la luz de las cocinas, el sublime valor de las guaridas propias y de las llaves siempre en su sitio del cajón, como un perfecto conjuro sagrado. Nada que discutir ni que saldar, y por fin, los papeles felices con su cúmulo de polvo en la estantería. Dueña y señora del amanecer.