Cuando era niña, el reconfortante viento de las noches estivales, simplemente se llamaba “El Aire Fresquito”.
“EL AIRE FRESQUITO”
En las noches de Poniente,
los ramajes de la sangre
sienten que están satisfechos
con la intimidad del aire.
El hondo cofre que guarda
toda la infancia, se abre
por la caricia de plata
de frescas estrellas grandes,
que limpian el polvo antiguo
de un ramillete de imágenes
de aquellos años sencillos,
cuando el calor era el arte
de sobrevivir al día
con mangueras en la calle,
saltando arcos de agua,
para después agarrarse
al armisticio nocturno
con su humedad refrescante.
Esas noches repetían
el viento dulce y amable
en el cine de verano,
veladas, juegos, muy tarde…
Los jazmines resonaban
ecos de aroma en la carne,
y yo, tan niña, dormía,
con el mundo por delante.
Parece que las trastadas
del tiempo hacen su alarde
de poder sobre las sombras,
y las altas noches arden,
cada vez más al calor
déspota y ruin del Levante.
Desde luego parece que sin proponérmelo he realizado un conjuro mágico sobre los vientos, pues desde que edité el poema casi no hemos tenido que sufrir la ira del Levante. ¡¡¡¡Toco madera para que la invocación del Poniente siga funcionando, no vaya a ser !!!!
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Desde luego parece que sin proponérmelo he realizado un conjuro mágico sobre los vientos, pues desde que edité el poema casi no hemos tenido que sufrir la ira del Levante. ¡¡¡¡Toco madera para que la invocación del Poniente siga funcionando, no vaya a ser que la sola mención del «bicho» lo arrastre hacia la costa!!!!
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