
VIAJAR. VIVIR
Andar. Viajar. Vivir.
Desde el momento en que abrimos los ojos,
y los pulmones respiran la luz,
empezamos el viaje.
Y todo lo demás,
lo que viene después,
son formas diferentes de camino,
hacia adentro, hacia afuera,
hacia el final del tiempo que nos toca.
Vivir. Andar. Viajar.
Recorrer las raíces de las lenguas,
los herrumbrosos huecos de los puentes,
el rancio material de los palacios,
las columnas de edades enterradas
que nos han conducido
al brillante crisol del diccionario,
o al guiño eterno de la arquitectura,
hasta reconocer todos los nombres
que el sol adquiere en el amanecer.
Hacia adentro, hacia afuera.
Viajar. Andar. Vivir.
Vamos al centro oculto del latido
que intenta comprender el raro enigma
del corazón que aún queda por hacer,
del vestido al que restan las puntadas
del diseño final
que acabaremos siendo en el recuerdo,
en ese punto justo de cocción
de la mezcla caótica y hermosa
que cada uno guarda.
Hacia afuera, hacia adentro.
Vivir. Andar. Viajar.
Hacia un destino ignoto.
Hacia estrellas perpetuas.
Hasta encontrar magníficos tesoros
en el pulso indomable de las calles,
en la abrupta inocencia de los campos,
en los mundos fugaces que aparecen
detrás de las sonrisas de la gente,
en la delicadeza
que surge de la deseada lluvia.
Hacia afuera, hacia adentro