PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE. EL PRECIOSO VALOR DE LA FRUSTRACIÓN. (Diciembre 2018)
De vez en cuando, me pincha el ansia de prosa de las Reflexiones, para sacar a la luz algún pensamiento que la edad apura en las extensas noches del insomnio, y este es el caso que nos ocupa hoy, a través de esta página en blanco que me mira esperando explicaciones: Me voy a centrar en la Frustración como elemento necesario en la evolución de la Psique Humana.
Nos vemos inmersos en una sociedad que parece querer meter a sus niños en compartimentos asépticos, envueltos en una absurda higiene emocional, donde no puede entrar ni el dolor, ni los golpes del Destino, ni la furia de la Naturaleza, ni la sombra de la angustia por no alcanzar los deseos arbitrarios que, por la propia demanda de su desarrollo no completo aún, acucian a los jóvenes. Hay quienes creen que el proporcionar a sus hijos todos los deseos imaginables, todos los caprichos, por difícil que pueda resultar su obtención, los va a convertir en los seres felices que una vez soñaron ser ellos mismos, y consideran que la carencia de algún objeto, bien sea una prenda de marca de precio disparatado, bien un móvil de altísima gama, o bien un dispositivo electrónico sólo al alcance de los ejecutivos más refulgentes del mundo de los negocios, va a sumir a sus vástagos en la oscura selva de la depresión y en los negros laberintos del alma perdida. Piensan que, tal vez, por ejemplo, el no poder conseguir ese extraño bicho volador, el llamado “dron”, (que Dios sabrá qué descabellado uso se le va a dar, para luego acabar arrumbado en la profundidad de los armarios), creará en su pequeña criatura (que ha cumplido 6, 7, 8 … años) una desolación insuperable, un estado de rabia e impotencia que quizás desemboque en un caos psicológico inmune a todo control. Tienen la peregrina convicción de que las comparaciones, odiosas cual siempre son las comparaciones, especialmente en referencia a sus compañeros de clase, van a desarrollar en sus hijos un volcán corrosivo en la boca del estómago, una explosión de llanto que quizás les conduzca a la desesperación, simplemente porque no poseen la misma muñeca, los mismos pantalones, o el mismo patinete. Y para evitar semejante desastre, algunos progenitores de inconsciencia mayúscula caen en el pozo resbaladizo de los préstamos, con el poco fundamentado fin de adquirir esa marea oleosa de juguetes y chismes de toda índole, tan caros como fuera de lugar en la evolución de la salud psíquica de sus hijos, y tan inútiles como insanos para la pobre economía familiar.
Sin embargo, estos padres absorbidos por una especie de orgullo estúpido, a mitad de camino entre la envidia y un falso y dañino concepto del amor propio, no caen en la cuenta de que la Frustración es una gran maestra de la que los niños aprenden a aceptar su propia identidad con todos los límites que la misma pueda conllevar. Son incapaces de ver que un “NO” a tiempo ayudará a los pequeños a entender las dificultades de la vida, y si bien esa negación momentánea puede ser un mazazo repentino, sólo supone una herida temporal cuya curación les irá curtiendo para afrontar los arduos senderos que el mundo les va a ir mostrando a lo largo de su existencia. Aprender a no contar con algo deseado en un momento dado revierte positivamente en la formación de la persona y en la certera consolidación de su fuerza interior y su capacidad de agradecimiento, así como también en la habilidad para reconocer el inmenso valor de los objetivos logrados, sobre todo a base de esfuerzo. Los caprichos concedidos sin ton ni son no les va a preparar para asumir los avatares de la Fortuna; en cambio, la negación ante un capricho o una pataleta en el momento oportuno, puede salvar a ese proyecto de ser humano que tenemos en nuestras manos de tropezar sin remedio en la insatisfacción continua, que en los casos más graves, puede terminar, incluso, en la penosa tragedia del suicidio.
¡¡Cuánto agradezco a mis padres, que en más de una ocasión, como respuesta a alguna de mis peticiones, (peticiones desorbitadas en nuestro humilde status económico), me espetaran: “¡De eso nada, niña, que en esta casa no hay dinero para pamplinas!”, aguantando después, sin pestañear, mi tonta llantina infantil, hasta que yo, por fin, al cabo de un rato digería el asunto con dignidad y unas gotitas de madurez incipiente!! Porque ese trago de estoicismo necesario, esas regañinas tan simples y escuetas como contundentes, constituyen sin duda los pilares del sincero aprecio por los dones de la vida y el respeto a los demás.