
TAJOGAITE (12 Diciembre 2021)
(I)
Ardiente sangre corre por las venas
de fuego cegador y repentino:
arrasa, inevitable, con la historia,
la gente, los caminos, los detalles
del pan de cada día, de las casas,
del antiguo descanso recogido
en la rutina de los cementerios,
donde las tradiciones se cobijan
y las familias respetan sus nombres.
La negra sepultura de ceniza
cubre potente, recia, sin piedad,
el paciente legado de los pueblos,
la herencia humana, años y trabajo,
sueños, afanes, todos los recuerdos,
el contorno seguro del hogar,
los sudores perdidos de las manos…
(II)
Gritó la boca rugidos de piedra,
furia de humo desde el vientre airado,
su vómito de rabia desde el núcleo
quebraba el eje de los equilibrios,
temblores graves, cólera y azufre,
cambiaron para siempre la silueta
esculpida en los siglos de los mapas.
Lenguas impredecibles, alevosas,
marchaban en viscosa formación,
ejército cruel, contra el bullicio
sano de las costumbres cotidianas,
borrando con su fuerza fulminante
la certeza vital de la esperanza.
(III)
Yo estuve allí, aún con el silencio
de la tierra tendida en el océano,
cuando la paz cuajaba en las mañanas
en una predicción inamovible.
Yo me llevé en el alma su paisaje,
me quedé con la vista suspendida
en una heterogénea placidez,
una belleza intensa, grácil, verde,
negra y azul, un surtido de mundos,
un muestrario plagado de universos,
desde las plataneras al basalto,
desde el quieto turquesa a las aristas
que cortaban las plantas de los pies,
rocas curtidas en viejas batallas,
desde la lluvia eterna en los helechos
hasta la playa salvaje y caliente,
en la fertilidad del arcoíris,
un paraíso entero que evocar…
Ahora las imágenes se han ido
para quedar ancladas en las fotos,
sin más repetición que la añoranza
y la fragilidad de la memoria.
El panorama es otro, otra verdad,
otro boceto de cartografía,
pero siempre en señal de la raíz,
los colores primarios de su esencia.