
¡AY, LOS DESEOS!
¡Ay, los deseos!
Redondos, en plural.
Porque en el singular es otra cosa…
Son los faroles hondos
que proyectan auroras consentidas
en corazones hartos y cansados
de repetir,
tantas y tantas veces,
la amargura de Sísifo en la noche.
Arrancan rayo a rayo
las enconadas sombras
de aquellas frustraciones que acabaron
posándose en el fondo
de almas exhaustas
perdidas, tal vez rotas,
con la tarde cayendo en el camino.
¡Ay, los deseos!
Redondos, en plural.
Los hay que nacen en ríos podridos,
y ocultan su vil rastro de gusanos
en el oscuro cieno
de todas las envidias.
Pero aquellos que vienen de la masa
blanca, esponjosa y limpia
del pan diario,
ofrecen sus andamios luminosos
para auparnos del barro en las caídas,
y fluyen por las calles sin cuchillos
ni aristas de veneno.
Tan solo asumen voluntades dulces,
un nuevo calendario en la cocina,
y llenan los espejos
de lámparas y luces de diamante,
las que soñamos siempre en los palacios
de la niñez,
en los baúles de la fantasía.
¡Ay, los deseos!
Redondos, en plural.
Porque en el singular es otra cosa…