ROMANCE DE LA VIEJA TONTA (14 febrero 2016. San Valentín)
Me dirijo hacia la muerte
presa de miedo y vacío:
La sensación de gastar
tres cuartos de mis latidos
en una batalla inútil
de triste final previsto,
para hallar mi devoción
de tantos años rendidos,
arrojada a la basura
negra de los desperdicios.
Es culpa mía, lo sé,
por dejar que mis sentidos
cedieran ante la espesa
sinrazón de los delirios,
a ese amor suicida y caro
que pagué con mi destino
de soledad amargada
por el recuerdo maldito.
¿Qué voy a hacer con el aire,
si ya, apenas respiro?
¿Qué voy a hacer con las hojas
de este dolor corrosivo
que se escapa por las noches
de mis insomnios podridos?
¿Qué voy a hacer con la roja
y absurda huella del vino
que empapa temeridad
más allá del sueño estricto,
cuando el momento no es llano,
ni el cuerpo, en su sed, propicio?
¿Qué voy a hacer con el tiempo
ralo, escaso, amarillo,
que se me escurre deprisa,
sin un abrazo de alivio?
Tan sólo morir despacio,
sin un beso, sin un guiño,
sin un viento que me llame,
sin unos ojos sencillos
que me miren y reflejen
la certeza de que vivo,
sin unas manos dispuestas
a recorrerme en los tibios,
dulces arroyos del pan
que chispea en los resquicios
de mi alma levantada
como un milagro infinito,
sin un número que doble
el sol diario y magnífico,
y sobre todo, sin risas
en el eco del camino.
¿Qué voy a hacer con el ramo
de años, días, entresijos
de las mañanas abiertas,
sin bocas, flores, ni avisos
de una voz que me descubra
que la luz ha renacido?
Tan sólo saldar con llanto
la cuenta del desvarío,
para que cobren los astros
el daño que, cual cuchillo,
asesté, en otro tiempo,
a quien de veras me quiso.
Tan sólo engarzar las sombras
desencajadas del frío,
y pensar: “Yo ya he pagado:
Mi corazón muere limpio,
encogido por la pena
ha llorado, y ha cumplido”.