PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE IX (El Cine) Mayo 2016

PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE   (IX) El Cine (Mayo 2016)

 

Desde siempre, hasta donde puede abarcar el poder evocador de mi memoria, me ha fascinado el cine. Entre mis recuerdos más recónditos, aquellos que sólo muestran pequeños pedacitos sueltos, mordisqueados o cosidos a muescas, puedo a pesar de todo rebuscar las sensaciones que me anegaban de euforia cada vez que mi familia organizaba, especialmente en verano, una salida al cine en las noches reparadoramente frescas, la anhelada visita a aquel paraje de cielo descarado con innumerables guiños de estrellas, donde lucían en los árboles, como frutos llamativos,  brillantes ristras de bombillas de colores , mientras  el aroma del jazmín se filtraba por cada resquicio de la piel, como un bálsamo delicioso. Recuerdo que ya desde entonces, a mi temprana edad, disfrutaba lo indecible de aquel espectáculo mágico que desplegaba ante mí un catálogo ingente de vidas tan distintas como incomprensibles, y al mismo tiempo tan vibrantes y llenas de hechizo para una tierna imaginación infantil como la mía. También recuerdo los esfuerzos que imponía sobre mis párpados para que se mantuvieran abiertos y atentos a la historia que me iba contando la pantalla, pues mis pocos años junto con mi intensa actividad de juegos, me empujaban las pestañas hacia abajo, como la baraja de un local a la hora del cierre.

Curiosamente, sin embargo, no he sido consciente de mi profunda pasión por el cine hasta pisar los primeros peldaños de la madurez, y al asumir dicha disposición, también empecé a preguntarme el motivo de mi desmedida inclinación por el mundo fantástico de las películas. Y una vez enfrascada en mi análisis particular, quizás igualmente podría intentar averiguar por qué nos sentimos en general tan atraídos por ese arte de plasmar el universo en movimiento.

Después de meditarlo, mi humilde conclusión es que, tal vez, se podría explicar en tres vertientes distintas: Por un lado, la suerte de poder contemplar situaciones vitales diferentes a las que solemos encarar en nuestros pasos cotidianos, nos permite caminar por multitud de senderos inexplorados, que abren en toda su amplitud el muestrario de la vida, multiplicando con ello nuestra experiencia hasta alcanzar una mayor riqueza personal, con su correspondiente visión extensa de la realidad y por ende, su dimensión de tolerancia y comprensión del mundo en todos sus planos; por otro lado, también encontramos similitudes de peso con nuestros propios problemas o los de la gente cercana que nos importa, y esta compenetración de sentimientos exhibidos en un ámbito común, además de aliviarnos en las circunstancias adversas, pues el hecho de compartir siempre rebaja la presión de la carga, también nos ofrece una serie de posibilidades para la resolución de conflictos que en principio nos parecían tan únicos como imposibles de solventar, e incluso, de superar en caso de no llegar a buen fin. Por último, en la tercera vía que da sentido a nuestra atracción por el cine, podemos hallar ese deseo de evasión que por un rato nos libera de la onerosa fuerza de la tierra firme, para trasladarnos al inconsistente planeta de la fantasía, donde nuestro avatar escondido se pasea con sus vivencias vicarias por la hilaridad, el absurdo, o la aventura, que al salir de la oscuridad de la sala, se disipan para retomar, con más brío, las riendas del día.

Sea como fuere, por siempre y a voz en grito, proclamo: ¡Viva el cine!

 

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