PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE X : Victoria, por primera vez (Junio 2016)
Dicen que cuando la edad avanza en su determinada carrera hacia la oxidación final, los momentos más cruciales, aquellos que nos dibujaron una marca perenne en los circuitos enrevesados del cerebro, y que a la vez nos compusieron una melodía distintiva en los latidos del corazón, aparecen delante de nosotros, como vivencias tatuadas en la piel más protegida de la memoria.
De mi extenso hatillo de recuerdos, que tanto relucen en cientos de apretadas motas doradas, destaca una imagen rotunda y palpable a pesar de los años, un sólido cuadro enmarcado en su tierna cualidad de caja musical, como el rastro de un sol juguetón en la palma de la mano. Ese momento, absolutamente único, me viene a mostrar la bellísima silueta de Victoria, mi niña, durmiendo en la inocencia plácida que envuelve a las criaturas recién llegadas al mundo. Recuerdo, como en una cinta rebobinada miles de veces, y aún así, intacta en su precisión, la sensación que me anegó como un relámpago de alegría súbita en el mismo instante en que contemplé la adorable figura que dormitaba tranquila en la cuna. No fue una reacción inmediata tras el nacimiento, no fue la artificial idea que nos imponen las películas, donde todo es fácil y sin fisuras en el tiempo, pues en la auténtica realidad, tras el parto, yo no recuperé la totalidad de mi pensamiento y el control completo de mis actos, hasta la mañana siguiente, cuando una limitada dosis de descanso me devolvió a la consciencia plena, tras disiparse los neblinosos vapores del dolor, el esfuerzo, y la anestesia. Y recuerdo que en ese momento, en esa mañana radiante de primavera, mi primer sentimiento fue de absoluta incredulidad. No me lo podía creer. ¿Cómo podría creerme que aquella pequeña maravilla viviente, aquella preciosa creación que respiraba bajito desde su inmensa blancura, había salido de mí, como la más perfecta obra de arte? No, no me lo podía creer. Yo no podía haber alcanzado la capacidad para confeccionar ese ser tan lleno de luz, como un inimaginable milagro. Pensé, simplemente, que aquella grácil explosión de vida era lo más hermoso que había visto jamás. Lo sigo pensando.