LA PAZ O LA SUERTE DE RESPIRAR
Si cuando el día pestañea,
y el rosado desperezo
le sonríe a las cortinas
con ese sol recién hecho,
que nuestras manos reciben
como la estampa de un beso,
es que tenemos la suerte
de respirar al concierto
de un caminar sosegado
donde encontramos pan tierno,
en un hogar sin ruinas
ni derrumbes en el techo,
como dentelladas grises,
escombros, cascotes, hierro
retorcido por el odio
que se desata en el cielo,
o en las esquinas traidoras
donde te apuntan al pecho,
y mil relámpagos lamen
la sangre de los enfermos.
Si cuando acuden los astros
a la ventana del tiempo,
y en ese instante subimos
por el hilo de los sueños,
sin un despertar maldito,
ni un escalofrío infecto,
con la certeza del aire
limpio y el mañana quieto,
pendiente del calendario
para soltarse de nuevo,
es que vivimos en paz,
es que hemos ganado el premio
de gozar de nuestra historia
como el relato más bello,
como la fortuna inmensa
de respirar, el misterio
de engrandecer la mirada
con cada paso que demos.
Amigos, tenemos suerte,
hermanos, suerte tenemos
de poder contar perfiles
con la punta de los dedos,
de ir a dormir tranquilos
tras paredes de silencio,
y hallar los mismos semblantes
todos los días, enteros,
sin las marcas del vacío
ni las heridas del viento,
ni el llanto impotente y agrio
que deja atrás el infierno:
La suerte de respirar
sin la amenaza del miedo.
(Para mi amiga Rosa, que me ha sugerido sopesar la importancia de vivir en esta paz tan endeble que parece prestada)