PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (Mayo 2017) La Gran Ironía de la Vida

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PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE (Mayo 2017)  La Gran Ironía de la Vida

Todos hemos oído alguna vez a alguien expresar su deseo vehemente pero imposible de volver a los 20 años, o a algún otro punto de la juventud perdida. Todos hemos suspirado en alguna ocasión al compás de otro suspiro amigo, siguiendo el mismo ritmo especular de la nostalgia, esa tirana idealizadora de cualquier tiempo pasado, quizás empujados por alguna foto prendida en un instante inmóvil de la volátil adolescencia, o por la insistencia de alguna melodía viajera en nuestra historia particular. Y hemos sentido  impotencia, de carácter inconforme, ante la imposibilidad de recobrar aquella época de carne firme, huesos fuertes, y sueños atrevidos.

Sin embargo, cuando me pongo a pensar en este tema realmente en serio, no me invade una imperiosa necesidad de recuperar aquellos años tiernos, no quiero regresar a aquella edad, que contemplada desde la perspectiva actual me parece un tanto insulsa e inconsciente. Me reconozco como era entonces, tonta e incauta, pero convencida de saberlo todo a pesar de sufrir una irremediable tendencia a meter la pata, (como suele ser típico en los jóvenes), y a pesar de cargar con una inocencia excesiva que me llevaba a enjuiciar el mundo con moldes tan ideales como absurdos, sin la menor traza de realidad. Aunque mi extracción social no me proporcionaba la comodidad de la vida regalada que sí tenían algunos de mis compañeros de estudios, (lo cual me salvaba de la levitación total), esta vivencia de escasez económica, en cierto grado dura, no impedía que mi contacto con la tierra fuese de lo más liviano, y que mi comportamiento en general fuese de lo más etéreo, sacado de los libros y el olor de las bibliotecas.

En este orden de cosas, debo afirmar por tanto, que no tengo el más mínimo interés en volver a aquella lejana edad, y verme en la obligación de tener que pasar de nuevo por los mismos errores e incertidumbres. Por nada del mundo cambiaría el poder de reflexión que me han regalado los años y que tanta satisfacción me produce; por nada trocaría el valioso bagaje que el dolor y los golpes soportados en el camino recorrido han depositado en mis entrañas; nada sería suficiente para pagar el tesoro acumulado por la experiencia, a través de cientos de circunstancias lidiadas con el viento en contra y la impasibilidad de los elementos, sin más protección que la fuerza del alma desnuda, sin más ayuda que la luz de la honestidad.

De ahí la Gran Ironía de la Vida, el juego matemático del tiempo que aplica su ley de proporciones inversas al paso de los seres humanos por la existencia. Es verdad que se puede luchar por mantener una forma más o menos digna a pesar de la edad, pero siempre será muy por debajo de lo que puede conseguir un muchacho o muchacha de 18 o 20 primaveras, igual que el aprendizaje se hace más arduo con el paso de los años, aunque no sea del todo inalcanzable. Mas, nunca se conseguirán los objetivos con la misma facilidad, ni los físicos en la vejez, ni los espirituales en la juventud. El estado de sublime perfección del cuerpo, con sus músculos, vísceras y huesos en el cénit de su ser, es inversamente proporcional al estado de plenitud del espíritu; a mayor calidad de piel le corresponde menor consciencia; cuanto más repleta de brillantez está el alma, cuanto más extendido se encuentra el rango del pensamiento, menor es la capacidad del cuerpo para afrontar los retos del día a día. Esa es una verdad de la que nadie está exento. Quizás sea ese el único consuelo: Mal de muchos, consuelo de tontos.

La auténtica aspiración del ser humano resulta imposible de obtener: Tal vez en realidad no deseemos volver a la adolescencia, sino disfrutar de nuestra mente madura en un cuerpo sin deterioro, anhelo que expresaba con angustia el gran poeta Blas de Otero: “Pero vivir, seguir, aunque se hundiesen / cielos y mar …Es más que en cielos, es en / la tierra, aquí, con cal y huesos …” .  Pero para ello tendríamos que resolver el problema que la Naturaleza nos plantea desde el nacimiento, y al menos por ahora, eso no puede ser.

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