SALTOS (Agosto 2017)

 

Torre Monasterio Veruela

 

SALTOS

Hay tantos recuerdos, tantos,

que bailan como los niños,

saltando por la cabeza,

como duendes infinitos,

sacando imágenes sueltas,

huecos en el laberinto

del arcón de terciopelo

de la vida, un revoltijo

de sentimientos y luces,

flores de pan del destino.

Aquí, la llamada al alba

que de pronto recibimos

desde un remoto planeta

en aquel cuarto sucinto,

donde el amanecer moro

nos envolvió en amarillo

eco de súbito encuentro,

en alta voz, de improviso,

sobre la cama de fuego

de aquel viaje atrevido.

Allá, el perfume de lluvia,

de hierba y árboles limpios,

con pájaros mañaneros

de un verano casi extinto,

y el aire mojado y fresco

que nos halló bien dormidos,

sobre la piel de una manta

en un refugio sencillo,

con un septiembre aún nuevo

en el campo humedecido.

En otro rincón, silencios

recortados por los grillos

y el ajetreo del agua

entre un paisaje de olivos;

o la osadía del zorro

arañando huesos tibios

en la soledad inmensa

del monte aislado y esquivo,

o el mar enojado y grande,

gritándole a su enemigo

el viento, loco gigante,

en un fatal desafío,

para jugar con los hombres

en la cresta de un rugido.

Allá, por el otro extremo,

de pronto surge un racimo

de risas innumerables

en incontables caminos,

o en múltiples tardes suaves,

solos los dos, en el limbo

del tiempo, sin más cordura

que la fuente del delirio,

con el amor en la frente,

y la pasión en un guiño.

O aquella luz mortecina

en el cementerio antiguo

donde las brujas cantaban

entre viejas fotos, lirios,

y margaritas ajadas

en los misteriosos nichos,

mientras nosotros, absortos,

viajábamos a otros siglos,

con los ojos entornados

y el aliento recogido.

 

 

Hay tantos recuerdos, tantos,

que ni la miel de los libros,

con su gramática blanca

y su léxico exquisito,

ni siquiera el diccionario,

en mar de vocablos rico,

con sus páginas al viento,

podrían darles vestido

de palabras para el mundo.

Tan sólo en los repetidos

saltos de azar de la mente

se vuelven de pronto vivos,

para estrenarse en el fondo

del corazón, en su sitio.

 

 

 

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