RECORRIDOS
La piedra altiva domina
la sombra por donde pasa,
y allá, en la sima, contempla
como se despliega el alba,
entre susurros y espinas,
con la luz del día llana,
mientras abajo se oculta
un trozo de madrugada.
Las arañas y los sapos,
con su hambre de mañana
húmeda, bostezan tímidos,
cuando se asoman las ramas
a recuperar colores
que trae la nueva jornada.
Los arroyos van rabiosos,
cuentan relatos de agua,
no paran de cantar fuerte
sobre su victoria blanca.
Ante el umbrío portal,
están llamando las aguas
para meterse en lo oscuro
y acabar, por fin, en calma,
el recorrido salvaje
que la pendiente les traza.
¡Ay, velos de encaje y barro,
aguas limpias, libres, bravas,
quiero seguir hacia el sol,
pero mis piernas no aguantan!
Yo quiero subir al punto
donde las rapaces saltan
para dibujar con líneas
majestuosas de sus alas
el territorio brillante
que la luz nueva derrama.
Yo, como el soldado antiguo
que nunca fue a la batalla,
y ahora en su mustio retiro
añora el son de la banda,
quiero insistir con el ritmo
imposible de la marcha:
los huesos enmohecidos,
y los pies rojos de llagas,
pero la sed de la vida
le da protección al alma,
y aún con el cuerpo de tizne,
quebrado por las borrascas,
me rebelo en las fronteras
que me marcan las montañas,
y sigo queriendo ir
donde nace la cascada,
con gritos en las rodillas
y un relámpago en la espalda.