I
Estoy ante una calma que no entiendo
y no tengo palabras. No me buscan
las rocas aristadas ni los ruines
cristales escondidos en la arena.
No me alcanzan las uñas de la noche
en cada aliento tímido, ni llegan
ejércitos de nombres afligidos
para sacar mi sangre a la batalla.
Mas sé que estoy mintiendo…
Miento desde un presente anclado en falso
retratado en el fuego o en el agua,
suspendido de un guiño, o de algún beso,
guardado en nubes o en cajas de luz…
He recortado números fugaces:
máscaras hice para los relojes.
Me he condenado desde cada paso
a no salir con vida de la ausencia.
No quiero ir. No quiero. Ni moverme.
Mas sé que estaré allí con el dolor,
dentro de los relojes, hacia el mundo,
sin miradas, sin muslos, sin mentiras,
con la última muerte en la garganta.
II
Ante esta incertidumbre que me empaña
sólo encuentro dolor como una selva.
Es el dolor a solas quien domina,
quien abarca mi vida hasta su límite:
Voy a hacer del dolor un cesto blanco
y más allá los sueños y las sombras.
Voy a hacer de la muerte una mentira
y en su creencia a ciegas, la victoria.
Se me escapó la piel, no sé por dónde,
y en el hueso desnudo habita el hambre.
Nunca tuve disfraz, sólo un espejo
de una sola imagen transparente.
Se me fue la razón en un momento,
y en su lugar campea una gaviota
con el dolor de fondo, donde hierven
estrellas que se enervan contra el tiempo.
Sólo tengo dolor, y con él quiero
hacerme, para nada, una garganta,
creerme una mentira irremediable,
y esperar hacia atrás, como los necios.
Año 1996