DE AMORES Y ODIOS
Del amor, fuerza universal indiscutible, origen del carácter divino de la vida, señal abrumadora de una naturaleza a la vez cercana y misteriosa, se habla en singular y en plural. Se canta al amor, como uno y único en su dimensión integradora, el que nos define como humanos, como hombres y como parte de un cosmos tan nuestro como inmensurable; y también se canta a los amores, como muchos, resultado de una multiplicidad del sentimiento, donde hay cabida para muchas ramas de un mismo árbol sagrado, cuyas raíces nos modelan como seres simples y a la par complejos, lo cual, tal vez, no es más que una prolongación del esquema que custodia la Naturaleza desde siempre.
Pero del odio sólo se habla en singular. Se apunta al odio como a un monstruo único en su especie, indivisible como el engendro solitario del demonio, solo en su singularidad de tormento para la debilidad humana. Y sin embargo yo creo que hay múltiples odios, diferentes en su origen, y por ello, distintos en su escala de peligrosidad.
De un lado, está el odio primario, visceral, el que nace como respuesta a una situación rechazada por el sujeto que, por ello mismo, se considera injustamente tratado: es la contestación inmediata de nuestra parte animal a una circunstancia dolorosa, la materialización emocional de una ecuación causa – efecto.
Mas, existe asimismo un odio aprendido, alimentado, que no proviene sólo de la experiencia directa, sino del sometimiento constante y machacón a unos recuerdos tal vez no vividos. Es un odio que no surge del fuego del momento sino de la lenta masticación, de las historias contadas, de los sucios chismes cuidadosamente conservados en desvanes polvorientos. Es un odio calculado, de composición artificial, pero quizás mucho más dañino y persistente que la simple respuesta directa y animal, tan fácilmente volátil. Esta variedad de odio es la que da lugar a episodios horrendos y en principio inexplicables, como las muertes de Puerto Hurraco, los asesinatos arbitrarios perpetrados por gente anónima con venganzas enconadas, la interminable escalada de violencia entre judíos y palestinos…..
Ningún odio puede ser justificado, ni siquiera el más inmediato, pues en el fondo tal síntoma no es más que una respuesta adaptativa que nuestra especie ha desarrollado como recurso de supervivencia, y afortunadamente contamos con otras formas de acercamiento a estas situaciones. Para hacer frente a tales menesteres la evolución nos ha dotado con otro gran y maravilloso recurso natural, la inteligencia, que es lo suficientemente efectiva como para crear estrategias que superen la respuesta puramente animal. Y es por eso mismo que la inteligencia ha de poner medios eficaces que logren evitar que ese odio alimentado, masticado, rumiado de manera enfermiza y obsesiva, llegue a pudrirse en un inútil y absurdo océano de hiel que acabe ahogándonos sin remedio, y para nada.
2008