A MI PADRE, AUSENTE DESDE ENTONCES
El mundo se fue de pronto
y él vio una verdad helada
que le hirió como una estrella.
El silencio se hizo diáfano,
y su corazón de arena
le enseñó una puerta oscura
con una palabra escrita,
tan clara como su nombre,
tan cierta que le dolía,
abrupta como el destino
de embudo ciego y ceniza:
La leyó inefablemente
con los ojos muy abiertos,
el alma puesta de pie,
y los sentidos pendientes
de la última memoria.
¡Ay, quién pudiera dormirse
sin contemplar huecos negros,
cargados de la conciencia!
¡Ay quién pudiera cerrar
el puño como los niños,
dormirse sin saber nada,
en la ingravidez del sueño,
echar llave a la memoria,
y deslizarse al olvido
como una pizca de sal
en la espuma del invierno!
Pero sé que he de caer
en la ansiedad contundente
de saberme bien despierta
cuando me alcance el segundo
en que mi suerte, borrosa,
cumpla con el horizonte
su antiguo rito de agua,
como en un grito callado,
sin más huella que mi miedo,
sin caminos compartidos,
y con un dolor tan único
que quebrará los espejos,
sin ecos, sin voz, sin nadie,
yo sola, y el universo,
como tú, mirando arriba,
como tú, plegando lluvias.
Año 1999