Arcilla

I

Cuando más firmes eran los detalles

perfectamente fijos en sus leyes,

cuando era inexorable aquel camino

que se me hizo verdad entre preguntas,

de agua me encontré mi corazón,

tal vez de sangre, o sin forma,  huésped

de aquel vaso dorado que se alzaba …

Cuando más ciertas eran las siluetas

y más reales marcaban cada paso,

se cercenó el silencio sin piedad,

y apareciste tú, como una brecha,

rasgando cada línea de mi mundo,

agitado de ti, como de lava.

II

La arcilla alimentó mi sentimiento,

dócil como el pan crudo, sin perfiles,

y se abrió desde dentro hasta perderse

en un tiempo sin nombres ni esqueleto.

Hallé vida detrás de las murallas,

y me comí la hiedra intensamente;

desde ti fui hasta el mar que no cabía

en los trazos perfectos de mis años,

y pequé desde ti contra los hombres

sentados al vacío de sus almas,

temerosos de todo cuanto tiembla,

que me arrojaron ojos como hierros

y puñales de voz por las esquinas,

porque mi amor de sal quemaba el aire

de sus casas, sus calles, y sus horas.

III

Y te amé de una vez, sin dar excusas

ni al tiempo, ni a las voces, ni al sonido

del trueno, entre mis dientes, olvidado.

Te amé sin más porqué que el viento tibio

como un dardo de azúcar por mi boca,

sin lamentar ni un poro, ni un cabello,

ni tan siquiera un verso o una mirada.

Te amé de un solo golpe, sin pensarlo,

con mi voz, con mis ojos, con mis manos,

con mis labios fundidos sin medida,

con cada sacrificio de mi mente.

Te amé igual que lo hacía aquellas veces

en que el sol desataba las mañanas

como sucesos blancos en la historia,

para empezar el mundo desde el centro,

y aprenderme los nombres de las cosas.

IV

Casi no queda aliento que me entregue

a la felicidad espesa y cálida

de los aún creyentes en la vida,

mas ahora que mis pies se han repartido,

borrarme hacia el principio es imposible:

los días repetidos ya no pueden

tragarse hasta el final mi fantasía.

Y esta luz descalzada que confirma

el nacimiento de mi carne nueva,

llega con unas fechas azuladas,

un vestido de azahar, y una pregunta

que ha borrado los surcos de mis manos.

Año 1998

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