PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE VI Ecuaciones y Resultados (Abril 2016)
A veces, cuando tras años de incalculable devoción, los sueños que cultivamos con cuidado infinito, aquellos que en el colmo del sacrificio y la entrega llegamos a regar con nuestra propia sangre, se nos hacen añicos en un momento tan incomprensible como inesperado, la explicación razonable de nuestro trayecto vital ennegrece de repente, se atomiza y se evapora, y nada parece alcanzar aquel sentido necesario que creíamos haber diseñado en otro tiempo, que se nos antoja lejano y agotado, y que ahora además, después de la debacle, aparece como una extraña época de terrible ingenuidad, que al final nos ha terminado pasando una abultada cuenta, una factura tan cara como absurda.
Y es en ese instante cuando el sufrimiento pellizca con más saña y se hace más retorcido, porque entonces, nos invade una horda de turbias ideas que nos presentan esta experiencia como una odiosa estafa con que nos ha timado el destino, y nos rendimos ante el pensamiento de que todos los pasos andados han sido un auténtico desperdicio, y simplemente abordamos la conclusión de que nos han chupado el alma hasta el último poro, para acabar perdiendo hasta el trazo más sutil de esperanza.
Sin embargo, a pesar de las punzadas traicioneras que la depresión nos asesta, debemos caer en la cuenta de que realmente somos el producto del conjunto de sensaciones y circunstancias con que nos ha moldeado ese camino concreto que un día elegimos, como una inmensa bola de nieve que se alimenta de aquellos sedimentos que va hallando allá por donde pasa. De todos los posibles resultados, somos este, tenemos esta forma, esta mente, hemos llegado a ser de esta manera, definida y única, precisamente por haber escogido uno de los múltiples senderos que una vez las estrellas nos desplegaron por delante; y como ecuaciones a las que la alteración de alguna incógnita hace desembocar en soluciones diferentes, no sabemos, ni podemos saber qué o cómo seríamos si en vez de emprender la ruta que decidimos seguir un día, hubiésemos virado hacia otros derroteros de líneas distintas, y vidas por tanto, distintas. La persona derivada de otras decisiones, es un engendro etéreo, que no ha podido surgir al haberle cerrado la puerta de su senda. No ha podido llegar a ser, pues ni siquiera ha adquirido la entidad de proyecto, y por ello, simplemente no existe.
Todo lo dicho significa que lamentar los errores que nos condujeron a nuestra identidad actual, echando de menos lo que pudo haber sido, y que al final jamás pudo tomar cuerpo en la realidad, es no aceptarnos como somos, pues el yo que llevamos a cuestas es la suma de todas las huellas que hemos ido marcando al caminar por el rumbo tomado en aquel punto crucial. Sólo nos conocemos así, como el producto desarrollado tras el manojo de acciones que hemos ido llevando a cabo hasta el presente minuto, con sus caídas y su felicidad, con su aprendizaje y sus satisfacciones, e incluso con su dolor final y definitivo. Otras posibles actuaciones, otras pisadas, otras vidas, habrían concluido en la aparición de unos individuos extraños, de quienes desconocemos absolutamente todo, y cuya existencia, en resumen, no es más que pura ficción. Pero todo este razonamiento, y su consiguiente justificación ante la desesperación que arrastran las dudas, no nos libera de la estela de amargura que se convierte en nuestra persistente compañera.