PEQUEÑAS REFLEXIONES EN PROSA SIMPLE VII Usar y Tirar (Abril 2016)
Recuerdo en la niebla densa de mi niñez la sana y muy ecológica costumbre de reutilizar y reciclar los objetos de todo tipo que la pobre economía de entonces imponía en la sociedad española. Me vienen las imágenes de planchas, radios, y batidoras estropeadas que eran llevadas “de urgencia” a algún mecánico mañoso que daba milagrosamente con la causa del fallo general del aparato, y tras una afanosa búsqueda, acababa por encontrar la pieza clave para el ansiado arreglo, y por fin, al cabo de un cierto período de tiempo, podíamos recoger el electrodoméstico en cuestión, listo para cumplir con su cometido durante unos cuantos años más.
Esta práctica alimentaba toda una red de secuelas económicas, apoyando la existencia de una serie de empleos, a su vez interconectados con una gama de establecimientos relacionados con este mismo hábito, como las pequeñas tiendas de elementos eléctricos. Además, toda esta colorida parafernalia de reciclaje primitivo suponía un gran ahorro en el uso de materiales, pues éstos regresaban a su origen funcional, en lugar de perderse en una inmensa maraña de desechos contaminantes, como las que sufrimos hoy en día.
En cambio, la vorágine de consumismo en la que hemos caído en estos acelerados tiempos que vivimos, nos impulsa hacia la cultura de “usar y tirar”. Si la lavadora no va bien, por ejemplo, no hay que perder el tiempo en intentar una posible reparación, sino que por el contrario, lo más fácil es deshacernos del aparato viejo, y cambiarlo por uno nuevo que satisfaga nuestras necesidades sin complicaciones ni huecos para la preocupación.
Pero lo terrible de esta manera de actuar es que este gesto de comodidad exacerbada se puede extender peligrosamente a otras áreas de la existencia, como las que atañen a las relaciones humanas y los sentimientos. Por desgracia, podemos hallar cada vez más personas que, imbuidas por el veneno del consumismo, usan a aquellos que les aman mientras les resultan útiles, pero los tiran a la basura de la indiferencia, el olvido, y el abandono, cuando consideran que ya nos les convienen, o bien no les sirven para sus propósitos, o bien el mantener la relación les supone algún gasto emocional incómodo, que no están dispuestos a sacrificar; y así, de la misma forma que el frigorífico no se merece un minuto de reflexión que lo pudiera salvar del vertedero, con una nueva oportunidad de posible funcionamiento, tampoco las relaciones con las personas inservibles son consideradas dignas de reparación, y terminan junto con sus recuerdos en los agujeros negros de los álbumes rotos, para ser rápidamente sustituidos por alguien nuevo, cuyo pragmático uso sea de rigurosa y racional conveniencia y cuyas funciones se atengan estrictamente a las exigencias del momento.
Recuerdo la desgarradora pena que sentí cuando leí el “Kolstomero”, de Tolstoi, la triste historia del caballo que, tras años de gloria y sumisa entrega a su dueño, envejece, y su vejez le acarrea un ingrato abandono que lo conduce a la muerte. Un ejemplo de lo dicho.