KILÓMETROS (Marzo 2016)
Las horas se derraman por el suelo,
como el agua traviesa de una fuente.
Se me hacen grandes, hondas oquedades,
torbellinos de niebla sin sustancia.
Me pongo a caminar, sin un destino,
como los tiovivos de la feria,
gastando suela en recorridos torpes,
en kilómetros vanos, en silencio,
para guardarme el sol en la cartera,
y secar la humedad de las paredes
con el grueso calor del mediodía,
o el plantel colorido de las tardes.
Voy con mis pensamientos conversando,
llego hasta el mar, los árboles, los perros,
arena, flores libres, viento, voces,
risas de niños, ojos que no esperan,
manos que trazan nombres en la brisa…
Yo paso cerca, como un cuadro ajeno,
y broto de la nada hacia la nada,
los dejo atrás en mi camino absurdo,
con el rumbo vacío y sin palabras.
Siguen mis pies su ansia testaruda
hacia el rumor del pueblo, blanca sombra,
y voy adelantando los perfiles
que se esfuman de prisa en sus siluetas
de visiones fugaces, y me sumo
a ese crisol antiguo de las calles,
donde recojo restos de oraciones,
y pinceles dispersos por la acera,
señales que te miran, puertas, copas,
escaparates ávidos de luz,
bolsos con sus mensajes de sorpresa,
gente de dos en dos, de tres en tres,
que no saben nada de soledades,
en los bares sin fin del ajetreo
que la ciudad alberga en sus entrañas.
Podría haber llegado al otro extremo,
podría haber cruzado este planeta
con todo este arsenal de pasos solos,
con los labios a cuestas, tan cerrados,
con una única sombra a mis espaldas,
repetidos kilómetros en vano.