¿DÓNDE ESTÁS, NIÑA ALEGRE? (Abril 2016)
Una vez, hace ya un mundo,
o acaso sólo dos días,
conocí a una niña alegre
que llevaba en sus mejillas
los colores de la aurora
entreverada en la brisa.
Portaba tanta ilusión
en sus manos extendidas,
que el alba se abría cuajada
de su infinita sonrisa,
para trasminar el rastro
de la vida desde arriba.
Con sus pisadas felices
a su firmeza cosidas,
se agarraba a las estrellas
que brotan de las esquinas
en las calles luminosas
y las plazas exquisitas,
para revelar sus ojos
en conclusiones sencillas:
el amor era la puerta
milagrosa de la vida.
Pero un Noviembre de muertos,
la muerte arrancó su dicha,
y los ecos descompuestos
de una grieta repentina
le arrebataron de pronto
la fuerza de su alegría,
y se llevaron su alma
por la hendidura maldita,
para no ser nunca más
la mujer que fuese un día.
Desapareció en su boca
el fulgor de la sonrisa,
y en su lugar, una mueca,
como una línea de tinta,
se le quedó emborronada
en una sombra imprecisa.
¿Dóndes estás, ay, niña alegre?
¡Dime dónde estás, Virginia!
No me contesta. No está.
Ya nunca será la misma.
Se ha convertido en reverso
de una hoja enmohecida:
Tanto dolor la ha tornado
en un reguero de espinas.